En Colombia, un país conocido por sus escuadrones paramilitares de la muerte, este grupo de cazadores sobresalía: más de una docena de soldados de un batallón del Ejército de ese país, dos vendedores de Porsche armados con rifles, su asistente y un taxidermista.

El grupo siguió a Pepe por estas tierras rurales de Colombia durante tres días de junio antes de ejecutarlo en un claro, más o menos a 100 km de Doradal, con disparos a la cabeza y el corazón. Pero después de que surgiera una fotografía con soldados posando sobre su cadáver, el grupo repentinamente se encontró a la defensiva.

Resultó que Pepe, un hipopótamo que escapó de su tierra natal cerca del palacio del placer construido en esta zona por el capo de la droga Pablo Escobar (acribillado el 2 de diciembre de 1993), tenía seguidores.

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La operación meticulosamente organizada para darle cacería a Pepe, llevada a cabo con la ayuda de ambientalistas, se ha convertido en el centro de un debate inusualmente enconado respecto de los derechos de los animales y la contención de especies invasoras, en un país que sigue luchando por encontrarle solución a una diversidad de violaciones a los derechos humanos cometidas en cuatro décadas de una prolongada guerra en contra de grupos guerrilleros.

“En Colombia no existe un solo caso documentado de algún ataque en contra de personas o de que hayan dañado alguna cosecha”, señaló Aníbal Vallejo, presidente de la Sociedad de Protección a los Animales en Medellín, al referirse a los hipopótamos. No ha habido motivo suficiente para sacrificar a estos animales que Escobar trajo a su hacienda.

Después de 16 años de que el tristemente célebre Escobar fuera acribillado a balazos sobre un techo en Medellín, Colombia sigue batallando con el caos que dejó.

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Expertos en vida silvestre de África, traídos a Colombia para estudiar a la población creciente de hipopótamos, uno de los legados de los excesos de Escobar, apuntalaron recientemente el plan del gobierno para evitar –por la fuerza, si es necesario– que se extiendan hacia áreas a lo largo del principal río de este país, el Magdalena. Sin embargo, algunos activistas por los derechos de los animales se oponen a la idea de matarlos. Ellos se han pronunciado por el despido del ministro del Ambiente del gobierno de Álvaro Uribe, debido a este tema.

Peter Morkel, consultor de la Sociedad Zoológica de Fráncfort en Tanzania, comparó el potencial de que los hipopótamos alteren los ecosistemas colombianos con la agitación causada por especies foráneas en otros lugares, como las cabras en las islas Galápagos, los gatos en la isla Marion, entre la Antártida y Sudáfrica, o las serpientes pitones en Florida.

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“Colombia es un paraíso total para los hipopótamos, por su clima, vegetación y ausencia de depredadores naturales”, explicó Morkel.

“Pero, a pesar de lo mucho que me encantan los hipopótamos, son una especie ajena y sumamente peligrosa para la gente que los altera, debido a que resulta muy difícil castrar a los machos. La única opción realista es dispararles a los que sean encontrados fuera de la hacienda”, señaló.

La indignación tiene su origen en 1981, cuando Escobar estaba atareado con la creación de un lujoso retiro en Doradal, conocido como Hacienda Nápoles, que incluía una mansión estilo mediterráneo, piscinas, una plaza de toros con mil asientos y una pista de aterrizaje.

“Él necesitaba un lugar tranquilo para relajarse con su familia”, dijo Fernando Montoya, de 57 años, un escultor de Medellín que construyó estatuas del Tyrannosaurus Rex y otros dinosaurios para Escobar.

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Contratado por administradores particulares de la propiedad decomisada, parte de la cual actualmente es un parque temático (imagine una mezcla de Jurassic Park y Scarface en un solo tema), Montoya reconstruyó todas  las estatuas que saqueadores  destrozaran en busca de algún botín oculto.

No obstante, Escobar no estaba conforme con solo dinosaurios falsos y corridas de toros. En lo que algunos ecologistas describen como posiblemente el esfuerzo más ambicioso del continente por formar una colección de especies ajenas a Sudamérica, importó animales como cebras, jirafas, canguros, rinocerontes y, por supuesto, hipopótamos.

Algunos de los animales murieron o fueron transferidos a zoológicos en la época que mataron a Escobar. Pero los hipopótamos se quedaron en su sitio, reproduciéndose en los lagos artificiales. Carlos Palacio, de 54 años, director de crianza animal en la Hacienda Nápoles, dijo que Escobar empezó con cuatro hipopótamos en 1981. Actualmente, estimó, cuando menos 28 de ellos viven en la propiedad. “Con el nivel actual de seis nacimientos al año que seguramente crecerá”, indicó.

“Algunos expertos consideran que este hato es un tesoro del mundo natural en caso de que la población de hipopótamos africanos sufra una marcada declinación. Otros ven el crecimiento como una especie de bomba de tiempo”, dijo.

La cantidad de hipopótamos en la hacienda podría haber llegado a 31 si Pepe, el hipopótamo acribillado, no se hubiera enfrentado hace más o menos tres años al macho dominante de la manada y marchado después con una compañera en busca de otros parajes. Una vez establecida cerca de Puerto Berrio, la pareja tuvo una cría.

Ante la posibilidad de una incipiente colonia lejos de Nápoles, las autoridades colombianas decidieron actuar. Después de todo, se piensa que los hipopótamos, pese a su aspecto dócil, matan a más gente en África que cualquier otro animal de gran tamaño. Ante la imposibilidad de encontrar un zoológico que aceptara a los tres hipopótamos en Puerto Berrio, funcionarios del departamento de Antioquia vieron sus opciones.

La captura es costosa, hasta de 40 mil dólares por cada hipopótamo, en un país donde la desnutrición entre los pobres sigue siendo un problema importante, dijo Luis Alfonso Escobar –quien no está emparentado con Pablo Escobar–, que dirige Corantioquia, una organización ambiental del Estado. Llevarlos al África era peligroso, además de caro, debido a las nuevas enfermedades que pudieran introducir allá.

Así que los funcionarios optaron por una cacería y contrataron a un grupo conservacionista sin fines de lucro, la Fundación de Vida Silvestre Neotropical, para que contribuyera a manejar la operación. La fundación trajo dos cazadores, Federico y Christian Pfeil Schneider, que representan también al fabricante de automóviles Porsche en Colombia. Para garantizar la seguridad del grupo de cazadores, los ambientalistas también los dotaron de una escolta de soldados.

Todo salió como se había planeado hasta que los detalles de la cacería y la fotografía de los soldados aparecieron en los medios informativos. Después llegó la indignación. Los periódicos especularon sobre la suerte de la cabeza cercenada de Pepe, pero Luis Alfonso Escobar, de Corantioquia, rechazó los rumores de que los cazadores se habían quedado con ella. Un juez en Medellín ordenó suspender la cacería de la pareja de Pepe y su cría. Entre tanto, otros hipopótamos están libres. En el sector de la Hacienda Nápoles, un letrero advierte a los visitantes del parque: “Permanezca en su vehículo después de las 6 p.m. Hipopótamos en el camino”.