Una de las características de la actual etapa histórica es el cambio vertiginoso, que dificulta reflexionar de dónde venimos y a dónde vamos.

El que los patriotas sesionaran en la sala capitular de San Agustín es signo de una época.  Porque la savia del pasado nos ayuda a ser creativos y fieles a  nuestra identidad, ofrezco en dos entregas rasgos de la etapa de nuestra independencia política; rasgos que, entretejidos con otros, trazan nuestra identidad. Los extraigo de una exposición de Juan Botasso, salesiano enraizado en Ecuador:

- Durante la época colonial, Estado e Iglesia, sea esta católica como en Ecuador, sea protestante en otras latitudes, caminaron juntos, a pesar de  tensiones. Las tensiones más frecuentes fueron causadas por esos clérigos que defendieron a los indígenas.

- De acuerdo al Patronato sobre la Iglesia, concedido en 1508 por el papa Julio II al Rey  de España, el  Rey pedía  al Papa que nombre obispo al  que  él elegía.
- Los obispos juraban fidelidad al Rey.
- El Papa se relacionaba con los obispos a través del Rey.
– Por eso, o a pesar de eso, el clero, que  pertenecía generalmente al estrato social más culto, simpatizaba con las  nuevas ideas de libertad, igualdad y  fraternidad, por su raíz cristiana y porque fomentaban la independencia política.

Se calcula que  el 2/3 del clero de la Diócesis de Quito, mucho más extensa que el actual Ecuador, apoyó la independencia.

Los siguientes son signos de la simpatía de la mayoría del clero: - El mismo obispo de Quito, José Cuero y Caicedo, fue elegido vicepresidente de la Junta Patriótica. Él, como presidente  después de la cautelosa renuncia del Conde Ruiz de Castilla, movilizó los medios a su alcance a favor de la revolución.

- Fray Tomás López Pardo, prior de los Agustinos, abrió a los patriotas las puertas de la sala capitular. Acudieron a la sesión mayoritariamente clérigos: el Obispo, el Deán, los párrocos de la ciudad, los rectores de los colegios San Luis y San Fernando y los provinciales de las órdenes religiosas.

- El nuevo presidente de la Audiencia, Toribio Montes,  humilló a todos los clérigos simpatizantes de la aún indefinida independencia: apresó a algunos y desterró a otros. Algunos, como Miguel Antonio Rodríguez, fueron condenados a muerte, pero su pena se redujo a exilio.

De paso señalo  que el clero  de esa época tuvo una suerte similar a la de Pío XII: testigos de su conducta lo apreciaron; los hijos de estos testigos lo difamaron. ¿Por qué?

Primero. Algunos líderes de la guerra de independencia pertenecían a  la masonería, adversa no tanto  a la religión cuanto a la Iglesia.

Segundo. Por un lado, jefes del nuevo Estado no estimaron útil el servicio del clero en educación, salud y asistencia social; sí estimaron los bienes destinados a estos servicios. Por otro lado, numerosos clérigos se resistieron a dejar en manos de laicos hostiles e “impreparados”  servicios y bienes.

Tercero. Sintiéndose desprotegido, el clero,  en mayoría,  buscó apoyo en segmentos conservadores.