Patricio Brito saca 4 euros (5,72 dólares) del bolsillo de un pantalón raído de tanto uso. Al contarlos se le hace un nudo en la garganta: Uno, dos, tres, cuatro. Ni uno más. Ni uno menos. La frustración de cinco horas como vendedor ambulante de refrescos en una tarde de calor asfixiante por las canchas deportivas de Madrid se traduce en eso, en 4 euros.