Jorge Díaz ha dedicado toda su vida a la pesca, oficio que aprendió de su padre  a los 12 años, cuando –recuerda– en un día de trabajo se sacaban varias canoas llenas de peces.

Poco a poco, dice, esta cantidad se fue reduciendo hasta que hoy, a sus 47 años, obtiene apenas cuatro gavetas  de la pesca  diaria, en el cantón Samborondón.  “Hasta hace cinco años sacábamos quince gavetas, pero ahora casi no hay peces. Muchos se los encuentra muertos por los químicos que echan en las arroceras que contaminan el agua”, señala Díaz, quien indica que una de las especies que más ha disminuido es  la vieja azul.

Este es uno de los peces de mayor importancia para los pescadores del Litoral, ya que por su abundante carne es muy apetecido comercialmente. Sin embargo, su población está decreciendo al igual que la de otras diez especies de  la cuenca del río Guayas, según los biólogos del Laboratorio de Acuicultura de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Guayaquil, quienes realizaron un estudio que se publicará próximamente como la Guía Ilustrada de la Cuenca del Río Guayas. En este se identificaron 26 clases de peces nativas colectadas del sistema hídrico.

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“Los estudios biológicos de los peces se han orientado más a lo marítimo, pero la parte continental ha sido muy descuidada”, sostiene Antonio Torres, biólogo del laboratorio. Precisamente, la falta de información ictiológica de esta cuenca impide determinar cuál es el grado del declive  de estos animales. “Si sabemos  que hay reducción es por los testimonios de los pescadores, que cada vez encuentran menos peces y más pequeños”, indica Torres.

Lo que sí está claro, dice, son las causas de esta disminución, entre las que nombra  la introducción de especies exóticas, como la tilapia,  y la sedimentación. Esta última origina que las partículas  en suspensión que hay en el agua penetren en los bronquios del pez, taponándolos y provocando su muerte.

Sin embargo,  los mayores  causantes de la destrucción de los ecosistemas acuáticos son  la contaminación y las ilegales prácticas de pesca, como el uso de dinamita y otras sustancias nocivas para matar la mayor cantidad de las especies.  De estos compuestos el más usado es el barbasco, un macerado orgánico que al ser lanzado a los ríos paraliza a los peces, los que luego aparecen ahogados flotando. “No es una pesca selectiva porque no solo mueren especies adultas, sino pequeñas que no sirven para el consumo”, añade el biólogo, quien aclara que el barbasco no afecta al humano.

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En cambio, los metales pesados, que se generan por los desechos industriales, domésticos y agrícolas que se arrojan en los ríos, se almacenan en los peces y al ser ingeridos por la persona pueden provocar alteraciones de salud como el cáncer. Mientras, a las especies acuáticas, además de causar su muerte por envenenamiento, también reduce su capacidad reproductiva. “Hemos notado malformaciones en los huevos, cada vez menos llegan a fecundarse y los peces adultos son más pequeños”, explica Torres, para quien la extinción de estas especies significaría un problema social para las comunidades aledañas a los ríos, que viven de su consumo y comercio.

Pero no solo eso. Los peces también cumplen una importante función como equilibradores ecológicos, pues  sirven de alimento para otros animales, como las garzas; ayudan a oxigenar el agua al ingerir materias orgánicas en descomposición; controlan insectos perjudiciales para el hombre de los cuales se alimentan; y su presencia es usada como bioindicador de buenas condiciones ambientales en el agua.