Juan Vicente Lezcano apareció en la primera de Olimpia en 1955 y el éxito lo abrigó de entrada: fue hexacampeón paraguayo entre 1955 y 1960. A fines de ese último año cambió de camiseta para integrar durante siete temporadas el mejor Peñarol de la historia. Allí hilvanó cinco títulos uruguayos (1961-1962, 1964-1965 y 1967), la Copa Libertadores y la Intercontinental 1966. Había que jugar mucho para, en esa época, ponerse la malla aurinegra. Pero lo que Peñarol necesitaba, a Lezcano le sobraba: dureza y agallas, armas esenciales para un zaguero de cuadro grande.

Los uruguayos lo habían padecido en el 5-0 que Paraguay le propinó a la celeste en la Eliminatoria del Mundial 1958. Y luego en la final de la primera Libertadores entre Peñarol y Olimpia. Por eso lo llevaron.

Juan Vicente está en Asunción, de regreso de España, donde se afincó por muchos años. “Cuando volvimos del Mundial de Suecia paramos en Madrid y allí se quedó casi todo el equipo. Achucarro, Agüero y Aguilera fueron al Sevilla; Cayetano Ré al Elche; Jorge Lino Romero y Amarilla al Oviedo; después del Sudamericano de Buenos Aires, Aveiro y Carlos Sanabria pasaron al Valencia y poco después Cabral fichó para el Atlético de Madrid.

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“Al único que no quisieron fue a mí. Me llevaron al Atlético también, pero no me aceptaron. Muchos años después, ya retirado, volví allá para poner un restaurante. Y me quedé veinte años, con mi hermano Juan Carlos, que jugó en el Elche”, rememora.

Si en la cancha no daba un centímetro, en la charla no regaló un elogio. Un Lezcano auténtico.

¿Cómo fueron aquellas topadas pioneras de la Copa Libertadores de América?
Parejas. En Montevideo perdimos 1-0, y eso que me echaron a mí en el primer tiempo. Y en Asunción fue empate a 1. Olimpia era un equipo muy compacto.

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¿Por qué lo expulsaron?
Por nada. Alberto Spencer fue muy vivo, me pegó una trompada en la boca que me dejó sangrando, pero se tiró al piso y me echaron a mí. Canchero, Alberto. Pero son cosas del juego, se olvidan al terminar el partido. Esa misma noche estuvimos juntos y nos matábamos de risa. Bellísima persona Spencer.

Debe haber dejado buena impresión porque enseguida lo contrató Peñarol.
Sí, a fines de noviembre de 1960 ya estaba en Montevideo. Me adapté perfecto al fútbol uruguayo. Montevideo en los años sesenta era linda, muy linda ciudad.

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Y fue campeón de la Libertadores de 1961.
Pero sin jugar. Estaba William Martínez, que no me dejó ni un minuto el puesto. Ni en los amistosos. Íbamos de gira a Europa y no largaba ni estando lesionado. Claro que en 1962 agarré la primera yo y lo tuve tres años en el banco. No le di ni un minuto.

Háblenos del Peñarol más ilustre de la historia, aquel de 1966, campeón de América y del mundo.
El mejor equipo que integré en mi vida, tenía un vestuario bárbaro, un compañerismo... Todos luchaban para todos, a un mismo ritmo. Un ejemplo: Julio César Abbadie era el puntero derecho, pero lo hizo triunfar a Pablo Forlán, el marcador de punta, porque lo dejaba subir hasta el fondo y le cubría las espaldas. Hoy uno ve que Sergio Ramos en el Real Madrid sube y nadie lo releva, por ahí viene un contraataque por su punta y pum, gol. ¿A quién culpa la gente...? A Sergio Ramos. Eso es porque no hay solidaridad.

-¿Cómo era aquel Peñarol, resistidor, lujoso...?
Era fuerte, nosotros aguantábamos atrás y después les tirábamos pelotas bombeadas a Spencer y Juan Joya; ellos con su velocidad llevaban peligro adelante.

Su recuerdo más tierno lo tiene para Roque Máspoli, técnico de aquel cuadrazo...
¡Qué persona! Extraordinario, te hablaba como un padre, te hacia sentir el cariño. Mantenía la alegría en el vestuario.

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Cuenta la célebre remontada frente a River en la final de 1966, cuando Peñarol perdía 2-0 y ganó 4-2
Al final del primer tiempo volvimos al vestuario 2-0 abajo. Nos carajeamos entre todos y nos juramos salir adelante. “Hay que meter más”, se dijo. Hablamos mucho, sobre todo a Alberto Spencer.

¿Por qué a él?
Porque no metía la pata, y era el encargado de pelear el partido allá arriba. Pero despertó y metió dos goles. Es el recuerdo más grande que tengo del fútbol ese partido. Y luego vino el Real Madrid.

Por la Intercontinental.
Sí. Era muy emocionante enfrentarlo. No era tan cotizado como ahora, pero estaban Pirri, Grosso, Amancio, Kopa, Gento... Le ganamos fácil, 2-0 en Montevideo y 2-0 en Madrid. Bah, no era fácil, pero esos dos puntas que teníamos eran una cosa extraordinaria (habla de Spencer y Joya). Y Pedro Rocha, que le pegaba bárbaro… Y el Pardo (Abbadie) con su dribbling corto, daba gusto verlo correr.

¿Cómo era Spencer?
¡Una cosa bárbara! Tenía una carrera fenomenal y saltaba bien. ¡Cómo corría! Íbamos a La Paz y para nosotros era desesperante correr, pero se la tirábamos larga y cada corrida suya era medio gol.

Durante muchas batallas de la Libertadores tuvo la enorme responsabilidad de marcar a Pelé. Contra el Santos no podía ni parpadear.
No. Máspoli me ubicó de líbero y yo debía estar muy atento a todo lo que pasaba en el área. Y con Pelé, más. Era bravo. Él arrancaba de atrás, la tiraba en pared hacia delante para Coutinho e iba a buscar la devolución encarando con todo. Había que estar bien parado de costado para poder atajarlo. Yo esperaba que saliera y lo iba a anticipar.

Se dice que usted lo cepillaba un poco a Pelé.
Un poco, sí, en la cancha de River le entré fuerte y me dijo “Vocé e un cavalo” (“Eres un caballo”). Pero también tengo una foto donde me da una patada entre las piernas. Él respondía, no se amedrentaba.

Enfrentó a Pelé y vio jugar a Diego Maradona, ¿qué comparación hace?
No se pueden comparar, son distintas épocas. Maradona era un buen dominador de balón, no hay nada más que decir.

¿Qué jugador es más difícil de marcar?
El dominador de pelota, a ese hay que adelantársele o si no marcarlo de cerca.

Pero Pelé era un jugador técnico también.
Sabía driblear.