Mediocre es la palabra favorita del poder. Llevamos dos años con esto. Es una palabra pronunciada probablemente unas cien veces por semana. Prensa mediocre, políticos mediocres, maestros mediocres, dirigentes mediocres, empresarios mediocres, economistas mediocres, banqueros mediocres, ciudadanos mediocres. Mediocres de mañana, mediocres de tarde y mediocres a la noche. Mediocres los hay los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, y no se diga los sábados. (El domingo parece que descansan...).

Más allá del hecho de que siempre coincide que los mediocres son aquellos que critican al poder –y que no son mediocres aquellos que optan por doblegarse o simplemente mirar a otro lado–, la obsesión con esta palabra, esgrimida como un escudo y espada, dicha a cada instante, pronunciada en cada discurso, repetida decenas de veces, usada casi como saludo cotidiano, es un asunto que no deja de llamar la atención por su evidente anormalidad.

En su magistral biografía de Segismundo Freud (Freud. Una vida de nuestro tiempo.  Hay traducción. Paidos Ibérica. 1990. Barcelona), el escritor Peter Gay cuenta cómo el célebre fundador del psicoanálisis fue gestando su concepto de “proyección” a raíz de un paciente que tuvo que tratar –el de un conocido político alemán presa de paranoia–, que pasó a la historia, como el “caso Schreber”, y cuyos detalles aparecieron en un libro que escribió Freud en 1910. Como mecanismo de defensa, la proyección permite a las personas enfrentar sus conflictos  atribuyéndoles a otras personas sentimientos, impulsos, o pensamientos, que ella misma sufre y que los considera inaceptables, y  por los que siente vergüenza.

Pero al margen de esta u otra explicación que aclare este frenesí por tildar de mediocre a diestro y siniestro, en los últimos días el caso Teleamazonas puede echar ciertas luces.

Para comenzar, el canal Teleamazonas ya fue acusado, juzgado y sentenciado; no nos engañemos por favor. (Me cierran ese canal…). En la actualidad lo que estamos presenciando simplemente es ese proceso  –tan propio de todas las dictaduras luego de la Revolución Francesa, desde Stalin hasta Pinochet–, que consiste en darle una fachada de legalidad.

Para eso sirven en las dictaduras los jueces, los magistrados, las cortes constitucionales o los miembros de organismos de regulación y control que se suponen independientes. Para pintar con la tinta del derecho los caprichos del dictador. ¿Cuál es la ley que se quiere aplicar aquí? La ley  de una dictadura militar, que ciertamente no es el tipo de ley a la que se refiere Luis A. Bonald en su frase que guía este Diario.

¿Cuál son las leyes que no se quieren aplicar aquí? La Constitución y la Convención Americana de Derechos Humanos; tratado  que expresamente menciona el control oficial sobre las frecuencias radioeléctricas y sobre la importación de papel, entre los  mecanismos indirectos susceptible de coartar la libertad de expresión.

El caso Teleamazonas está, pues, cerrado. El resto es cuento. Un cuento contado por  mediocres. Y por eso es que ahora todos los demás somos mediocres.