No soportaron la tentación y tras servir como sacerdotes a la Iglesia entre 10 y 30 años,  unos 300 prelados dejaron a un lado la  sotana,   la mayoría por romper el voto del  celibato.

Desde una asociación fundada en Quito, en 1990, y con núcleos en varias provincias, intentan mantener su vida espiritual. Extrañan los ministerios, por ello uno sus objetivos es impulsar  el celibato opcional en la Iglesia católica.

El tema  vuelve al debate tras los  casos de paternidad del ex obispo y presidente paraguayo Fernando Lugo.

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En los seminarios del país, decenas de jóvenes y adultos se ajustan a un proceso de formación que dura ocho años, tiempo en el cual se someten a rigurosos estudios y reglas disciplinarias para cultivar esa vocación de la que muchos desisten en el camino.

Cinco horas treinta de la mañana. En los alrededores del Seminario Mayor Francisco Xavier de Garaicoa, Guayaquil,  los vecinos aún duermen.  Tras un campanazo se encienden las luces. Decenas de hombres medio dormidos se movilizan, uno de ellos, con un micrófono eleva una oración, y pide por las vocaciones.

Para alejar el sueño, el sonido de baterías y guitarras eléctricas de  música religiosa acompaña en una danza con la escoba a decenas de seminaristas que cumplen  como deber la limpieza del seminario.

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Tienen 30 minutos para esa tarea, otros 15 para el aseo personal. A las 06:15 deben estar listos en sus capillas para la oración de la   Liturgia de las horas, por 15 minutos, a los que se suman otros 30 de meditación.

Culminada la oración a las 07:05 comienza la misa en la capilla principal del Seminario,  que termina a las 08:00, hora en la que también ya se sirve el desayuno. Hay 30 minutos para servirse y asearse porque a las 08:30 se inician las clases hasta las 12:30. Así transcurre la media mañana y una jornada similar se cumple  hasta las 22:30 cuando las luces se apagan. El ajetreo pone en aprietos, sobre todo a los nuevos aspirantes.

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“Es la vocación la que lleva a adaptarse a esa vida”, dice el padre John Maruri, vicerrector del seminario. Es dentro de las paredes de ese centro  donde se cultiva   la vocación de los futuros sacerdotes. Pero no todos lo logran, muchos se quedan en el proceso que dura ocho años, algunos apenas estuvieron  horas  y  otros después de decenas de  años doblegaron y debieron dejar los hábitos,  tras romper el celibato (ser soltero).

Precisamente, fallar en ese voto es la razón por la que la mayoría de sacerdotes ha dejado la Iglesia y solo en el país hay unos 300 ex prelados, según la Asociación   Nacional  de Yaguarcoca, llamada también Fraternidad de Sacerdotes Casados, fundada en 1990, con núcleos en varias provincias, de las cuales Pichincha lidera con unos 120 ex religiosos.
“En el mundo somos más de cien mil”, afirma Mario Mullo, presidente de la agrupación que impulsa el celibato opcional.

El tema que vuelve a levantar  polémica  tras los líos de paternidad que involucran al  ex obispo y actual presidente paraguayo, Fernando Lugo, es motivo de nuevas discusiones.

Pero la Iglesia con el  papa Benedicto XVI a la cabeza ha  insistido en varias ocasiones en el carácter obligatorio de la castidad para los sacerdotes.

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Pero Mullo afirma que esa restricción no ha servido y cada vez son más los que rompen el celibato. Hay diocesanos y religiosos  jesuitas, franciscanos y dominicos que dejaron el sacerdocio a los  10 años y otros tras 30 años.
 Algunos ocuparon  puestos en las cancillerías de las curias, asegura el  ex religioso que,  tras una década como diocesano, dejó la sotana para casarse  con una joven a la que conoció en la  parroquia a su cargo.

 “Sabemos de otros compañeros que viven en las parroquias y llevan una doble vida”, menciona el ex prelado.

 Patricio del Salto, ex sacerdote de 52 años,  quien dejó los hábitos hace 12 años,  cuenta que durante la formación en el seminario, la mayoría de  jóvenes estaba por un celibato opcional. “No teníamos otra alternativa”, dice al recordar la condición requerida para el sacerdocio.

“La vocación es única, es un llamado de Dios y quienes ingresan saben completamente a lo que se comprometen”, refiere el padre Gerson Mora, vicerrector del  Seminario Mayor San León Magno, de Cuenca, donde se forman unos 23 jóvenes.

No obstante, entre los religiosos de algunos de los seminarios del país hay preocupación por la disminución de vocaciones.

Pablo Pazos, uno de los  encargados del Seminario menor San Luis en Quito, lo confirma con el caso del colegio que tenían, el cual   se cerró como tal hace dos años por la escasez de alumnos y  que ya antes  había sido cerrado por tres ocasiones.

Al momento trabajan con quince jóvenes que acuden en las tardes, quienes se muestran inclinados por la vocación sacerdotal, refiere.

“Hoy ya no es garantía que el ser que nació en la religión católica, muera católico”, opina el sacerdote cuencano Fernando Vega, retirado de los ministerios sacerdotales por su participación en la política, quien  considera necesario  ofrecer un mejor clima para la formación a los seminaristas y  tener un mayor contacto con el mundo en el que van a vivir como sacerdotes. “Si tienen ese contacto pueden tener oportunidades mejores para decidir su vocación”.

En el Seminario Francisco Xavier de Garaicoa los 89 seminaristas, sobre todo entre los 34  nuevos, dicen estar conscientes de este compromiso y convencidos, al menos por ahora, de la vocación que sienten.

Marco Salas, de 18 años, graduado en la Unidad Espíritu Santo y el mayor de cuatro hermanos, dice que su vida “antes era un desastre”, porque pasaba en fiestas, era “bien vago en los estudios” y tuvo unas siete enamoradas, pero que hace unos tres meses sintió “el llamado de Dios”.

Afirma estar convencido de su vocación. Otros esperan aclarar sus dudas en el tiempo de formación. “La tentación siempre estará presente, pero para eso está la oración”, dice el padre Maruri.