El drama del desempleo es doble entre los inmigrantes  porque todos afrontan gastos en España, desde el alquiler o la compra de un departamento  hasta la diaria manutención. Incluso, están los gastos en sus países de origen, donde millones de parientes dependen de sus remesas de dinero para comer, escolarizarse o dormir bajo techo, señala un reportaje del diario español El País.

La recesión agravó el trance al reducir el envío de remesas desde España. La disminución fue especialmente dura en Bolivia, Ecuador y Colombia.

Diómedes Carrión es un inmigrante ecuatoriano atribulado por el desempleo, la pancreatitis, la ruina y la desesperanza. “Dice el doctor que (su enfermedad) es larga, pero no me da un veredicto de nada”, señala al periódico.

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Desde hace un año no puede enviar dinero a sus dos hijos en Quito, de 13 y 14 años, a quienes no ve desde el 2001, cuando llegó a España. “Vivo de mi señora, que trabaja  en un bar. Me he comido el finiquito (la liquidación patronal), los ahorros, y ya no tengo nada, y mi familia, allá, tampoco”, dice.

La crisis económica ahorca a la familia Carrión y a los 780.000 inmigrantes registrados sin empleo en el cuarto trimestre del 2008, según la encuesta de población activa.

Otro ecuatoriano abatido y triste relata su calvario en un banco de la calle de Oporto de Madrid. “Llevo siete años tratando de legalizarme y no me lo permiten. Me siento humillado”, dice J. C., de 39 años, que no quiere ser identificado. “Ya me han rechazado dos solicitudes, pero sigo luchando”.

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Su madre y hermano han vivido de los 250 euros (332 dólares)  mensuales enviados hasta finales del 2007, en que fue despedido definitivamente.

J.C. paga 250 euros (332 dólares) por una habitación, vive de la ayuda y muestra una carpeta llena de formularios, solicitudes y requerimientos administrativos que cumple, pero el purgatorio lo está matando.

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Detenido por la policía, ha dormido en los calabozos de comisaría, y renunció a la denuncia judicial en varias ocasiones porque temió la deportación. “Tengo un hijo de 18 años que nunca ha vivido conmigo, y soy la cabeza del hogar de mi madre y de mi hermano, de 22 años. Estoy un poco derrumbado, pero todavía tengo fuerzas”.

A 8.543 km de Madrid, en Quito, Eulalia, madre de J. C., implora ayuda, en una conversación telefónica. “Sufro mucho porque él ha sido nuestro apoyo desde allá. Trabajo de lo que sea, lavando o limpiando”.

La población inmigrante latinoamericana vive angustiada con la posibilidad de perder su vivienda, los ahorros, la educación de sus hijos y los sueños.