Alfonso Reece D.
El otro día criticaban a un comentarista de televisión por su “sonrisa de satisfacción cuando anuncia que el petróleo ha bajado de precio”. Pero por varias razones la caída de la cotización del crudo debe considerarse una buena noticia. En primer lugar, porque nos enseña (¿pero aprenderemos?) a no depender de los ingresos petroleros y nos obliga a buscar otras fuentes de riqueza.

La llave de la prosperidad no tiene forma de pozo petrolero. Los estados petroleros deberían ser los más ricos del mundo. Pero de los 25 países con mayor desarrollo humano de solo uno se puede decir que es petrolero: Noruega. Mas su excepcional riqueza y desarrollo se explica mejor por sus instituciones democráticas que por los ingresos hidrocarburíferos. Anotemos de paso que esa nación escandinava sí tiene un fondo petrolero que la protegerá de una caída de los precios, para la fecha estos ahorros bordean los 500 mil millones de dólares.

Luego, la historia demuestra que la combinación de subdesarrollo con petróleo deviene en autoritarismo, desigualdad, corrupción y otros problemas políticos. Revise un listado de los más grandes productores y exportadores de petróleo, y se encontrará con toda laya de dictaduras (Gabón), monarquías absolutas (Arabia Saudita), autocracias (Libia), repúblicas autoritarias (Venezuela), teocracias (Irán) y solo por excepción alguna democracia. Ecuador, por su parte, inició su historia petrolera con una dictadura y amenaza terminar igual. Si los ingresos por petróleo bajan significativamente, estos países tendrán una oportunidad para repensar su futuro.

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Ahora, no todo lo que trae esta baja es bueno. Por ejemplo, si el mundo industrializado dispusiera de petróleo barato, se corre el riesgo de que se abandone la búsqueda de fuentes alternativas de energía. La quema de hidrocarburos, independientemente de si es o no la causa del calentamiento global, es una fuente letal de contaminación, que debería ser ya superada.
Occidente, que constituye la vanguardia tecnológica y cultural de la humanidad, no puede seguir cautivo de su  dependencia del petróleo. En eso nuestra civilización se juega literalmente la vida.

Pero  ¿qué alternativas hay al petróleo? En este país montañoso nos gusta pensar que la energía hidroeléctrica es una opción “ecológica”, porque no produce humo. Pero, a ver, ¿alguien en sus cabales podría considerar a Paute y a Agoyán como modelos de conservación ambiental? Si es así, entonces declarémosles parques naturales y patrimonio biológico de la humanidad.

Por el momento, con seriedad, la única alternativa a los hidrocarburos es la energía nuclear o atómica. Sometida a los obvios controles es limpia, segura y barata en el largo plazo. Ya veo a las ecolocas y a los viejos verdes rasgándose las vestiduras ante esta constatación. Pero, no ha de ser de gana que nuestros nuevos ñañones, los ayatolas iraníes, estén apostando a una central nuclear, teniendo la riqueza petrolera que tienen. ¿O es que si ellos la hacen es buena y si la hacen los países occidentales es mala? Como se demostró en el único accidente grave ocurrido con este tipo de energía, el de Chernobyl, la energía nuclear, hasta el momento, solo ha demostrado ser peligrosa combinada con el socialismo.