A los 77 años de edad falleció León Febres-Cordero Ribadeneyra quien durante muchos años fue el político más influyente de Ecuador.

Durante los últimos meses cambió su dormitorio en El Cortijo, donde una pintura de Jesús parece observar la gran cama, por una habitación en la clínica Guayaquil, de la que salía con frecuencia a despachar en su oficina en el centro de Guayaquil, hasta el 1 de diciembre cuando viajó a Tampa para un tratamiento del cual volvió tras 5 días para ya no volver a salir.

De Febres-Cordero -sobreviviente de cinco operaciones cardíacas de desvío coronario, dos episodios de cáncer y tres balazos- se pensaba que al decidir alejarse de la política estuviera listo para descansar en una silla mecedora a los 75 años. Pero el hombre conocido como "el dueño del país" no tenía intención de desaparecer de la escena, y habló en varias ocasiones. Hoy falleció tras una semana de agonía, aquejado por un cáncer de pulmón y un enfisema pulmonar.

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"Mis mejores amigos son mis cigarrillos y mis pistolas. Nunca piden nada y siempre están a la orden", dijo alguna vez en una entrevista hace un par de años con la agencia AP con una amplia sonrisa. "Yo ando armado permanentemente porque me han dado bala toda la vida". Cuando era más joven, Febres-Cordero fue un premiado deportista de tiro, y como presidente solía portar una pistola. Mostrando una automática calibre .38 en miniatura que el Servicio Secreto estadounidense le obsequió cuando visitó la Casa Blanca en 1985, según comentó en esa ocasión.
 
Como combativo líder del derechista Partido Social Cristiano fue elegido como presidente en 1984, y se dice que luego Febres-Cordero dominó el Congreso y los tribunales de justicia, y a sí lo ha hecho en los últimos 17 años.

Luciendo una melena blanca que hacía que su nombre de León le calce como anillo al dedo, solo nombrándolo los ciudadanos ecuatorianos sabían que se referían a Febres-Cordero. También la penetrante mirada de su único ojo sano a menudo ponía nerviosos a sus adversarios.

Ingeniero mecánico educado en los Estados Unidos y rico hombre de negocios, fue el primer presidente de Latinoamérica que impulsó la economía de libre mercado en la década de los ochenta, y ganó un cálido apoyo del entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.

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Por sobre todo, Febres-Cordero siempre aseguró valorar la amistad y la lealtad, cualidades que fueron exhibidas luego de su retiro del espectro político en los diferentes concursos de caballos de paso en donde los caballos de su hacienda ganaban competencia tras competencia.

La gente lo saludaba con gran respeto y, como si fuese un ritual, él devolvía el saludo con un movimiento de cabeza, se ponía de pie, y ofrecía su mano.

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"Es un caudillo, el último caudillo", dijo Blasco Peñaherrera, quien fue vicepresidente de Febres-Cordero. "Es un líder de excepcional categoría y su gobierno, con todos los defectos inevitables que tuvo, fue un gobierno admirable por la fuerza con que defendió la presidencia y la estabilidad del país".