Una cosa es comernos una vaca o una gallina porque necesitamos alimentarnos y consumir proteínas, o que matemos los mosquitos y las moscas porque transmiten enfermedades, y otra muy distinta que gocemos viendo cómo un toro o un gallo de pelea agoniza delante de centenares de espectadores que mientras tanto beben vino y cantan pasodobles.
Solo me convencerá el razonamiento de que los toros nacieron “para morir dignamente en el ruedo” el día que se lo escuche decir a un toro; de lo contrario, sería lo mismo que prestarle atención a un marine que justifica la tortura en Guantánamo porque “eso es lo que se buscaron estos terroristas”.
Tampoco viene al caso que los amantes de la tauromaquia tengan derecho a opinar de manera diferente, como efectivamente lo tienen, porque torturar no es lo mismo que opinar. Hay gente que opina que Stalin era un gran tipo y lo proclama a los cuatro vientos, de manera especial en el actual Gobierno. Tienen todo el derecho del mundo a creerlo y a decirlo. Pero el día en que esas personas quieran construir campos de concentración para torturar a inocentes, entonces tendremos ya no el derecho sino la obligación de detenerlos.
Por último, aquello de que el toro pesa muchísimo y tiene dos enormes cuchillos, mientras que el torero es delgadito y dispone solo de una pequeña espada, olvida que los seres humanos disponemos del arma más poderosa que se haya inventado: el cerebro.
Debo aclarar, llegado a este punto, que no me opongo al toreo porque los toros sufran en realidad. Ese es solo un aspecto del problema, y no el más importante. Lo esencial es que hacer sufrir a un animal por placer nos degrada como especie, nos rebaja, nos resta humanidad. No soy enemigo del toreo por los toros sino, ante todo, por nosotros mismos.
Lo único que justificó y permitió hasta ahora la existencia del toreo es que la mayoría de la población lo toleraba. Porque para bien o para mal, la naturaleza no tiene derechos, y nos toca a los seres humanos decidir por ella. Quienes nos oponíamos al toreo éramos hasta ahora una minoría, así que no nos quedaba más que resignarnos, o a lo mucho protestar, con la esperanza de concienciar algún día a nuestros semejantes.
Pero resulta que la Revolución Ciudadana hizo aprobar una Constitución que afirma estúpidamente que la naturaleza sí tiene derechos.
Seguramente el Conartel se basó en esa disposición para prohibir que se difunda por televisión la muerte de un toro. Sin embargo, yo veo allí una absoluta incoherencia: nos prohíben ver cómo torturan un animal porque él también tiene derechos, pero no nos prohíben que lo torturemos. ¿Ustedes entienden?
¿A qué creen que se deba esta ridícula contradicción? Adivinaron, a que las encuestas dicen que el Gobierno perdería votos en Quito, donde hasta ahora Correa ganó “por paliza”, como él mismo gusta de decir.
Así que sigan dándoles nomás palizas sanguinarias a los toros, que en el socialismo del siglo XXI la naturaleza tendrá derechos… siempre y cuando eso no amenace el derecho del Presidente de la República a su indefinida reelección.