“No sólo se han vuelto menos vulnerables las instituciones financieras individuales a los impactos causados por factores subyacentes de riesgos, sino que también el sistema financiero en general se ha vuelto más resis-tente”. —Alan Greenspan, 2004.

El financista George Soros evita usar los contratos financieros conocidos como derivados “porque no comprendemos realmente cómo funcionan”. Y Warren E. Buffett observó proféticamente, hace cinco años, que los derivados eran “armas financieras de destrucción masiva, que conllevan peligros que, aunque en la actualidad son latentes, son potencialmente letales”.

Una figura prominente de las finanzas, sin embargo, tiene mucho de pensar diferente, y sus opiniones ejercieron la mayor influencia en los debates sobre la regulación y el uso de derivados (contratos exóticos que prometían proteger a los inversionistas de las pérdidas) lo que, como consecuencia, estimuló prácticas más arriesgadas que llevaron a la crisis financiera.

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Durante más de una década, Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, ha mostrado una férrea oposición siempre que los derivados han sido objeto de escrutinio en el Congreso o en Wall Street. “Lo que hemos visto en el mercado, con el paso de los años, es que los derivados han sido un vehículo muy útil para transferir riesgo de quienes no deberían asumirlo a quienes están más dispuestos y son más capaces de hacerlo”, dijo Greenspan ante el Comité de Banca del Senado, en el 2003. “Creemos que sería un error”, añadió, regular más estrictamente esos contratos.

Con el mundo atrapado en una tempestad económica que Greenspan describió como “el tipo de crisis financiera arrasadora que ocurre sólo una vez por siglo”, su fe en los derivados no ha sido trastocada.

El problema no es que los contratos fracasaran, señala. Más bien, la gente que los usó se volvió avariciosa. Lo que generó la crisis fue una falta de integridad, argumentó en un discurso reciente en la Universidad de Georgetown, en Washington, al insinuar que quienes vendían derivados no eran tan confiables como “los farmacéuticos que llenan la receta extendida por su médico”.

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Otros tienen una opinión diferente de lo sucedido con los mercados internacionales y el papel que jugó Greenspan en la creación de este malestar.

El mercado de derivados tiene hoy un valor de 531 billones de dólares, en comparación con los 106 billones en el 2002. Creados, en teoría, para limitar riesgos y prevenir problemas financieros, en lugar de eso los contratos han avivado la incertidumbre y propagado el riesgo en medio de dudas sobre cómo son valuados por las compañías.

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Si Greenspan hubiera actuado de forma diferente durante su periodo como presidente de la Reserva, de 1987 a 2006, afirman muchos economistas, la crisis actual podría haber sido evitada o atenuada. A lo largo de los años, Greenspan ayudó a posibilitar un ambicioso experimento estadounidense al permitir que las fuerzas del mercado operaran libremente. Ahora, la nación enfrenta las consecuencias.

Los derivados fueron creados para mitigar o, en términos de Wall Street, cubrir, las pérdidas de inversiones. Por ejemplo, algunos de los contratos protegen a los deudores contra pérdidas en títulos hipotecarios.

Desde que el mercado de la vivienda comenzó a colapsar, el historial de Greenspan ha sido sometido a revisión. Todos los economistas han criticado su decisión de dejar que el mercado inmobiliario continuara su auge con crédito barato, cortesía de bajas tasas de interés, en lugar de ponerle fin a los incrementos de precios con tasas más altas. Otros lo han criticado por no disciplinar a las instituciones que hicieron préstamos indiscriminadamente.

Su legado podría, a final de cuentas, descansar en un fenómeno mucho más profundo y que ha sido mucho menos escudriñado: el espectacular auge y fracaso calamitoso de las operaciones de derivados. Algunos analistas señalan que es injusto culpar a Greenspan, porque la crisis está muy extendida.

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En sus memorias, La Era de las Turbulencias, publicadas en el 2007, escribe: “Parece superfluo limitar operaciones en algunos de los derivados más nuevos y en otros contratos financieros innovadores de la última década. Los peores han fracasado; los inversionistas ya no los financian y es poco probable que lo hagan en el futuro”.

Durante su largo periodo como presidente de la Reserva, creadora de políticas económicas, Greenspan pregonó los poderes trascendentales y creadores de riqueza del mercado.

A medida que el mercado de derivados se afianzó, a principios de los 90, y en años subsecuentes, los críticos denunciaron la ausencia de reglas que obligaran a las instituciones a dar a conocer sus posiciones y a apartar fondos como reserva contra apuestas fallidas.

Una y otra vez, esta figura reverenciada y cariñosamente apodada como el Oráculo, proclamó que los riesgos podían ser manejados por los propios mercados.

Arthur Levitt Jr., ex presidente de la Comisión de Valores, dice que Greenspan se opone a la regulación del mercado de derivados debido a su desdén por el Gobierno. Señaló que la autoridad de Greenspan y su comprensión de las finanzas internacionales persuadieron a legisladores menos sofisticados en el tema financiero a seguir su ejemplo. “Siempre sentí que los titanes de nuestra legislatura no querían revelar su propia incapacidad para comprender algunos de los conceptos expuestos por Greenspan”, dijo Levitt. “No recuerdo que alguien preguntara, ‘¿qué quieres decir, Alan?”.

Aún así, inversionistas astutos, como Buffett, siguieron advirtiendo sobre los derivados, tal como lo hizo en 2003, en su carta anual para los accionistas de su compañía, Berkshire Hathaway.

“Grandes cantidades de riesgo, particularmente riesgo crediticio, se han concentrado en manos de relativamente pocos operadores de derivados”, escribió Buffett. “Los problemas de uno de ellos podrían afectar rápidamente a los demás”.

Las memorias de Greenspan fueron publicadas a mediados de 2007 y, al tiempo que se desarrollaba el desastre, la gira para promocionar su libro se convirtió en un referendo sobre sus políticas.

Cuando este año se publicó la edición de bolsillo en inglés, Greenspan escribió un epílogo que ofrece una especie de refutación.

“La administración del riesgo nunca puede alcanzar la perfección”, escribió. Los villanos, indicó, fueron los banqueros sobre cuyo interés propio él había apostado una vez. “Apostaron a que podían seguir aumentando sus posiciones de riesgo y aún así venderlas antes del diluvio. La mayoría se equivocó”.

No se organizó una intervención federal para intentar detenerlos, pero él no se arrepiente de nada.

“Los gobiernos y bancos centrales”, escribió, “no podrían haber alterado el curso del auge”.