Camilo José Cela se divierte con la nuca espeluznada del protagonista de Madera de héroe, una buena novela sobre la similitud entre el coraje y el pánico. No sé si sabía don Camilo de himnos y canciones patrias americanas y de nuestra emoción cuando cantamos el himno nacional, cada uno el suyo. Fueron épocas heroicas y románticas las de nuestros himnos, pletóricos de glorias inmarcesibles de laurel ceñidas, de faustas diademas y gorros triunfales... no entendíamos ni jota cuando aprendimos a cantarlos y eso que nos toca la parte abreviada. Todos nuestros himnos son largos y de una poesía esdrújula, pero a la vez son heroicos y libertarios. Todos nos prometen la muerte antes que vivir esclavos. Y lo cantamos a voz en cuello como el primer día lo hicieron nuestros próceres antepasados: “¡Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir!”, gritamos los argentinos antes de enfrentarnos a una muerte segura y sin pena ni gloria con la selección de bádminton de Singapur.

En la vieja Europa todo esto les suena a herejía decimonónica: los americanos mestizos, los del Sur, preferimos morir a vivir esclavos o sin libertad. Estoy seguro de que fue el mestizaje el que produjo semejante virtud y también la geografía de límites infinitos. Pero no le quito valor a la inmigración europea que se mezcló con la raza americana. Ellos vinieron buscando la libertad que no tenían en su patria. La conquistaron segundones y criminales y la poblaron los marginados por el hambre, la pobreza y la intolerancia. Juntos crearon las patrias que ahora integran la América mestiza.

Será por esa valoración superlativa de la libertad que en nuestro continente, la América hispánica, mestiza y del Sur, nunca hubo ni habrá campos de concentración: no dudamos jamás entre la vida y la libertad. Que nos maten si no vamos a ser libres. Otros pueblos, en cambio, prefieren vivir y sostienen muy sueltos de cuerpo que no se puede ser libre si uno está muerto. Es una generalización, pero lo he confirmado cada vez que lo pregunté y recuerdo ahora mi discusión con un escritor centroeuropeo: el hombre me porfiaba que primero es la vida y después la libertad, porque sin vida es imposible ser libre.

Suele ocurrir con los amigos de las limitaciones, sean europeos, americanos o filipinos. Ellos aman los reglamentos y las cortapisas. Entre los libros eligen los diccionarios. Cuando van al campo disfrutan con los alambrados. En el estadio, en lugar de mirar las jugadas, siguen al árbitro. De la calle prefieren las líneas amarillas. Se sienten seguros entre barreras, peajes, cadenas y guardianes, y se abrigan con horarios y tablas periódicas.

“¡Orientales, la Patria o la tumba!/ ¡Libertad o con gloria morir!”, canta bizarro el coro del himno uruguayo, y sigue: “¡Es el voto que el alma pronuncia/ y que heroicos sabremos cumplir!”. El de Chile en una estrofa desenvaina la espada: “Si pretende el cañón extranjero/ nuestros pueblos osado invadir;/ desnudemos al punto el acero/ y sepamos vencer o morir”, y el coro responde: “Dulce Patria, recibe los votos/ con que Chile en tus aras juró/ que, o la tumba serás de los libres,/ o el asilo contra la opresión”. El coro del de Bolivia lo reafirma con otro juramento, también en el altar de la Patria: “De la Patria, el alto nombre/ en glorioso esplendor conservemos/ y, en sus aras de nuevo juremos:/ ¡morir antes que esclavos vivir!”. Brasil no se queda atrás y le anuncia a la Libertad, por si no lo sabe: “Em teu seio, ó Liberdade. Desafia o nosso peito a própria morte!”. “Paraguayos, ¡República o muerte!”, canta con bronca contenida el himno guaraní. El del Perú se pone solemne y desafía al mismo sol: “Somos libres, seámoslo siempre/ y antes niegue sus luces el sol,/ que faltemos al voto solemne/ que la patria al Eterno elevó”.

Hace pocos años me hubiera costado meses conseguir las letras de los himnos nacionales americanos. Ahora los encontré en cinco minutos: maravillas de la red. Pero el himno del Ecuador, que descubrí gracias a mi búsqueda de hoy, es el resumen latinoamericano de nuestro eterno juramento:

Y si nuevas cadenas prepara/ la injusticia de bárbara suerte,/ ¡gran Pichincha! prevén tú la muerte/ de la Patria y sus hijos al fin;/ hunde al punto en tus hondas entrañas/ cuanto existe en tu tierra, el tirano/ huelle solo cenizas y en vano/ busque rastro de ser junto a ti.

No tengo dudas de que la libertad está a salvo en nuestra América. El que nos quiera esclavizar se tendrá que enfrentar hasta con la furia del Pichincha, pero sobre todo con las ansias infinitas de libertad de su pueblo soberano.