Sin embargo, una década de espera para el estreno del segundo título cinematográfico, Expediente X: creer es la clave, no ha merecido la pena. No pasa de ser un convencional capítulo televisivo al que se le han agregado unos cuantos minutos, dando sobradas muestras de agotamiento. La trama no engancha al espectador e incluso resulta tediosa, por su contenido superfluo.

Seis años después de cerrar la saga, el FBI desea contar con la colaboración de sus antiguos agentes, Mulder y Scully, ya que diversas mujeres han desaparecido y sus cuerpos mutilados han sido encontrados gracias a las visiones de un sacerdote, condenado por pedofilia. La búsqueda del criminal y el motivo de su conducta son algunos de los elementos en los que se enfoca la historia de este decepcionante largometraje.

Recordemos que la gran baza argumental de la serie fue su capacidad para fusionar temas que habían estado siempre latentes –los fenómenos paranormales, los asesinos en serie, las presencias alienígenas y las grandes conspiraciones– que, desde siempre, se sospecha que están ocultos tras las grandes organizaciones.

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La habilidad de los creadores de Expediente X fue anticiparse a la oleada que comenzaría poco después, con El código Da Vinci, preparando en cierta forma al espectador para el triunfo posterior de una fórmula que parece estar dando sus primeros visos de extenuación. Y ese es el principal problema de esta cinta, lo que antes supo transformarse en material novedoso, aquí asoma más que trillado, sin capacidad para sorprendernos.

De seguro, los admiradores podrán vivir la agradable sensación de reconocer a sus clásicos personajes. El problema, no obstante, radica en los que no comparten su mismo entusiasmo.

La acción es mínima, y ni siquiera el misterio que se plantea llega a tener relevancia. Lo peor es que los dos ex agentes que marcaron una época ahora han perdido buena parte de su empuje y capacidad de fascinación, por más que, a momentos, recuperen el fulgor de tiempos pasados.