En 2004, David Pritchard se puso vendaje en el brazo, cubierto de larvas de anquilostomas del tamaño de alfileres: gusanos sobre la superficie de la carne. Se dejó el vendaje varios días, para asegurarse de que los parásitos infiltraran su organismo.

“La picazón cuando te atraviesan la piel es indescriptible”, dijo. “Mi esposa estaba un poco nerviosa respecto al asunto”.

Pritchard, inmunólogo y biólogo en la Universidad de Nottingham, no es ningún masoquista. Su infección autoinfligida fue por la ciencia.

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Mientras desarrollaba trabajo de campo en Papúa Nueva Guinea, a finales de los 80, notó que los papúes infectados con el anquilostoma o uncinaria Necator americanus, parásito que vive en las entrañas humanas, no mostraban mucha incidencia de una variedad de enfermedades autoinmunes relacionadas, entre las que se encuentran la rinitis alérgica (fiebre del heno) y el asma. Con el paso de los años, Pritchard ha desarrollado una teoría para explicar el fenómeno.

“La respuesta alérgica evolucionó para ayudar a expulsar a parásitos y creemos que los gusanos han hallado una forma de apagar el sistema inmunológico para poder sobrevivir”, dijo. “Por eso es que la gente infectada tiene menos síntomas alérgicos”.

Para probar su teoría, Pritchard actualmente recluta a participantes para una prueba clínica, dispuestos a ser infectados con 10 anquilostomas cada uno, con la esperanza de olvidarse de sus alergias y asma.

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Al principio, Pritchard se usó a sí mismo como sujeto de estudio para asegurar la aprobación del comité de ética del Servicio Nacional de Salud en Gran Bretaña.

Algunos científicos dicen que Pritchard pisa terreno ético delicado al infectar a los pacientes con un parásito conocido por poner en riesgo la salud del huésped.

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En el trópico, donde es común, la uncinaria causa la muerte de 65 mil personas al año y aflige a miles de personas con anemia. En números bajos en un experimento controlado con adultos, dijo Pritchard, los gusanos no han causado problemas.

A finales de los 80, la fundación Wellcome Trust otorgó un subsidio, y Pritchard y su equipo de Nottingham se instalaron en la Isla de Karkar, en Papúa Nueva Guinea.

Las anquilostomas o uncinarias infiltran el organismo de una víctima cuando las larvas, provenientes de huevos en el excremento de personas infectadas, penetran la piel, frecuentemente a través de las plantas de los pies.

De ahí, entran al torrente sanguíneo, viajan al corazón y los pulmones y son tragados cuando llegan a la faringe. Maduran y se convierten en adultos una vez que llegan al intestino delgado, donde pueden subsistir durante años al pegarse a la pared intestinal y desviar sangre. Después de tamizar las muestras fecales de los habitantes de la aldea para extraer las uncinarias eliminadas cuando se les dieron pastillas para tratar al gusano, el equipo llegó a una conclusión fascinante: las personas con niveles más altos de anticuerpos relacionados con alergias en su sangre tenían los parásitos más pequeños y menos fértiles, lo que indicaba que estos anticuerpos otorgaban cierto nivel de protección contra la infección.

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Tras colonizar un tracto digestivo, el huésped frecuentemente mostraba señales de una respuesta inmunológica reducida, lo que llevó a Pritchard a sospechar que los gusanos disminuían la potencia de las defensas del cuerpo para hacer más receptivo a su entorno.

¿Qué pasaría si pudiera reunir a quienes padecen de alergia, darles los gusanos y ver si desaparecían sus ojos llorosos y dificultad para respirar?

Casi 20 años después, sus reflexiones comenzaron a rendir frutos. Después del experimento de autoinfección de Pritchard, el comité de ética del Servicio Nacional de Salud le permitió realizar un estudio en 2006 con 30 participantes, donde 15 de ellos recibieron 10 uncinarias cada uno. Las pruebas mostraron que después de 6 semanas, los linfocitos T de los 15 receptores comenzaron a producir niveles más bajos de sustancias químicas asociados con respuestas de inflamación, lo que indicó que sus sistemas inmunológicos estaban más suprimidos que los de los 15 receptores del placebo.

Los participantes de la prueba hablaron maravillas de la desaparición de sus síntomas de alergia. Pritchard está en proceso de reclutar pacientes para una prueba a mayor escala y dijo que espera publicar sus resultados el año que viene.

Algunos pacientes con alergia no pueden esperar. Jasper Lawrence, emprendedor del Valle del Silicio, ha fundado una clínica en México para ofrecer la terapia aún no probada (una “inoculación” básica con gusanos cuesta 3.900 dólares).

Pritchard no tiene dudas sobre su aventura. “Los pacientes están contentos”, asegura. “Han conservado sus gusanos y recibo un correo electrónico por día de gente de todo el mundo que quiere ser infectada”.