Ser el intermedio de la familia suele traer problemas para algunos hijos,  quienes aseguran recibir menos atención o cariño por parte de sus padres. “Siempre las  atenciones eran para él; si se trataba de mandar a estudiar fuera a alguien era a él. Él es el hijo querido aunque no haya aprovechado ninguna de las oportunidades que le dieron mis papás”. Carlos habla sin ataduras. Con rabia y a ratos con impotencia.Es el segundo de una familia de tres hermanos y asegura ser “el relegado, el de los errores, el malcriado”. Tiene 21 años, un hermano mayor de 26 y una menor de 15. Adora a sus hermanos, pero cree que ellos gozan de más atención de sus padres. El primero por ser el primer hijo y la última por ser la única mujer. Recientemente tuvo una pelea con sus papás porque le dieron la razón a su hermano mayor en una discusión. El ‘veredicto’ lo llevó a aislarse en su cuarto y no dirigirle la palabra por dos semanas.El caso no es aislado. Susana, estudiante de 29 años, atraviesa una situación similar. Dice que toda la carga de su casa cae sobre ella, que a su hermana mayor, de 31,  no se le exige por igual y que el menor, de 26, es casi intocable “porque es el que hace todo bien, aunque sea el que más les conteste”.Los enfrentamientos con sus papás han llegado al punto de dejarle notas en la puerta para que no la llamen a compartir ni siquiera el almuerzo con ella.¿Favoritismo o falta de atención? Los llamados hijos sándwiches o intermedios sienten una mezcla de ambos factores de parte de sus padres, aunque no siempre correspondan a la realidad.La psicóloga y orientadora familiar Cecilia Chávez Bowen cree que el nacimiento del segundo hijo implica cambios en el núcleo del hogar: por un lado, los padres que han sido permisivos con el hijo mayor tienden a hacer ajustes con  el segundo, y por otro, enmiendan los errores que cometieron con el primero. “No hay una escuela para padres, uno aprende en el camino. El primero suele ser el experimento”, indica ella.El hijo mayor, solo por el hecho de haber nacido primero, cuenta con toda una tribuna familiar para ser testigo de sus primeros pasos y festejar sus ocurrencias. Los padres, tíos y abuelos  vibran con los logros del primogénito, quieren que hable cuanto antes y hasta le disculpan algún errado comportamiento. Dudan con el castigo o se arrepienten de aplicarlo.    “El hijo mayor es el dueño de todo, hasta del hermano, porque se le dice ‘vas a tener un hermano’, es tuyo y es dueño de la cuna, de los abuelos, de todo, y el otro (el segundo) tiene que labrarse un espacio”, explica la psicóloga educativa Évelyn Brachetti.En efecto, cuando llega un hijo luego de varios otros, hay menos apuro de los padres porque hable o camine, porque saben que eso ocurrirá de todas formas. Por eso los intermedios suelen ser más extrovertidos, más simpáticos y bromistas, “porque tienen que coquetear” y llamar la atención. El mayor, en cambio, llega a ratos a ser prepotente o sobrado solo por su condición de ser el primero.Carlos está convencido de ello. Dice que su hermano es el mimado de la familia y que a él le resulta difícil ser el intermedio, pues tiene que destacarse para tener un reconocimiento en casa. Este factor de competencia suele resultar positivo si se canaliza hacia el éxito, indica la doctora Chávez, pero negativo en otras circunstancias.Por ejemplo, si la persona es susceptible llega a despertar envidias y a querer concentrar la mirada de los padres con acciones contrarias, como sacar malas notas en el colegio o la escuela o adoptar comportamientos rebeldes.Las especialistas coinciden en que acciones de este tipo suelen darse en la relación de hermanos, sin la necesidad de que uno de los hijos sea sándwich.“Hay niños que los traen por otros motivos y descubrimos que una de las causas de sus problemas de autoestima o depresión es la relación con un hermano, sea el mayor o el segundo”, cuenta la psicóloga Brachetti.En algunos casos se sienten celos, en otros se sienten disminuidos en sus capacidades frente a su hermano o requieren afecto.Alerta, papásLos padres son una pieza clave en el tema y deben empezar por tener claro que cada hijo es diferente y que todos necesitan igual atención. “A veces uno se enfoca en el menor o en la niña de la casa,  entonces el otro hijo siente que no recibe igual afecto y viene ese desencanto”, considera Chávez.Hay otro factor adicional por considerar: los hijos no siempre deben ser como los padres quieren que sean. Muchos obedecen a  sus deseos, pero otros defienden sus criterios y buscan los intereses que se han trazado. Pueden  equivocarse, sí, pero también acertar.Ella considera que es necesario un autoanálisis constante que ayude a mejorar la relación con los hijos. “Tratar de tener buena comunicación e ir negociando con ellos. Uno tiene que ir cambiando en el camino.  Uno debe escuchar a los hijos, y es mejor saber si no están de acuerdo en algo, así sea que a uno  no le agrade”.Es imposible evitar desavenencias con los hijos, aun si no son intermedios,  pero existen formas de establecer un equilibrio. Brachetti asegura que el primer paso es ser prudente con el primer hijo, para que no se vuelva el centro de todo.“Para evitar (los conflictos), los padres deberían de no ser tan dados al hijo mayor, pero es muy complicado, es muy teórico, porque  los coge tan novatos que es difícil que no cometan un error en ese sentido”, opina ella.Es que el hijo o el nieto mayor es atendido por todo el mundo sin que tenga que hacer esfuerzos, por eso son menos afectuoso, a diferencia de los segundos o los hijos sándwiches, que son más abiertos porque no tuvieron esa carga.El carácter de Susana es un reflejo de ello. Puede bailar, cantar e imitar en reuniones familiares. No es que lo haga para llamar la atención, dice, pero sin quererlo logra ese reconocimiento. (K.V.)La gran desventaja de los intermedios es que no hay ninguna razón inherente para que reciban atención o reconocimiento de sus padres, a no ser que sean además el único hombre o niña de la familia”.Fragmento del libro Creciendo con nuestros hijos, de Ángela Marulanda.