Afirma el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en  El fútbol a sol y sombra,  que “el fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad”. Ahora que los hinchas sensatos del país celebran que Liga Deportiva Universitaria de Quito haya conquistado la Copa Libertadores de América, voto para que, aunque sea por unos cuantos largos días, los políticos no malogren la ilusión de que en el Ecuador se respira un aire de felicidad distinto –y por tanto más sano– del que proviene del miasma de nuestra política. Si esta desune a los hermanos, a los amigos y a las regiones, en cambio, bajo ciertas condiciones, el deporte convierte en realidad la ilusión de que pertenecemos a un conglomerado que comparte amplios objetivos comunes.

La victoria en Río de Janeiro nos produce un bien ante tanto descreimiento en el que existimos. La lección que los futbolistas de Liga han dado a sus connacionales también es cultural y social: tiene que ver con la personalidad y la reciedumbre, y reafirma la esperanza de que en el Ecuador se propicien mejores oportunidades para la vida digna. En la final copera, aparte del que vimos por la televisión, se jugaron a la vez varios partidos en diferentes canchas, ya que no se trataba solo de diversión y del juego por el placer (que sería lo ideal), sino que la contienda estuvo atravesada por las apetencias de la industria y la publicidad, las estructuras de poder, los contratos millonarios, la Sierra y la Costa; en fin, estuvieron en disputa varios aspectos relacionados con los complejos sentidos y efectos de los acontecimientos deportivos.

En los momentos estelares del proceso seguido por los actuales campeones, fue muy decidor que una banderita del Ecuador aparezca en el antebrazo derecho de la camiseta de los atletas lingüistas. La generosidad de los humildes es ilimitada, porque esta competición, de raigambre suburbana y popular, pone de relieve una vez más la cuantía de la modestia, y de cómo quienes se encumbran gracias a una lucha constante provienen de lo bajo, de lo olvidado, de aquello que la política mezquina jamás puede alcanzar a pesar de los simulacros de los poderosos que buscan apropiarse ilegítimamente de las hazañas deportivas. Pues, seamos sinceros, nuestro estado de ánimo con respecto al futuro del país también se crece con el regalo de estos hombres pundonorosos.

El novelista español Javier Marías, en  Vida del fantasma,  sostiene que el fútbol es “la verdadera recuperación semanal de la infancia”. El equipo quiteño ha ratificado la superioridad de la alegría, la confianza en la tarea colectiva y la labor de equipo, y ha puesto de relieve la importancia del estilo, de las ganas, de la serenidad y de la entrega. Y por eso se ha ganado en grande. En  Espejos: una historia casi universal,  de reciente llegada a nuestras librerías, Galeano rememora el episodio del Maracanazo de 1950, que nos permite dimensionar la increíble proeza de Liga Deportiva Universitaria: “La noche anterior, nadie podía dormir. La mañana siguiente, nadie quería despertar”. Esta es la gloria de los humildes y de la gente buena entregada a su pueblo, deleite del que no queremos despertar.