EE.UU.

Vimos las fotografías abominables de Abu Ghraib. Y ahora, la organización Médicos por los Derechos Humanos, ganadora del Premio Nobel, ha dado a conocer un informe denominado “Leyes rotas, vidas rotas”, que pone un rostro apropiadamente horrendo a una práctica tan maligna en lo fundamental, que no puede coexistir con la idea de una sociedad justa y humana.

El jueves fue el 21º aniversario de la Convención contra la Tortura de las Naciones Unidas.

También fue el mismo día en el que dos abogados del gobierno de Bush se presentaron ante un subcomité de la Cámara de Representantes para responder por el papel que jugaron en la elaboración del marco jurídico para implementar técnicas de interrogatorio duras que inevitablemente alcanzaron el nivel de tortura y avergonzaron a Estados Unidos ante el resto del mundo.

Los abogados, ambos ex funcionarios del Departamento de Justicia, son David Addington, quien ahora es jefe del estado mayor de Dick Cheney, y John Yoo, ahora catedrática de la Universidad de California, Berkeley. No hay peligro de que ninguno de los dos quede consagrado como héroe en los libros de historia en el futuro.

Para la mayoría de los estadounidenses, la tortura es algo remoto, abstracto, reprensible, pero en los ojos de algunos, quizá necesario: cuando la bomba hace tic tac, por ejemplo, o cuando los interrogadores están tratando de sacarle información a terroristas que están dispuestos a matar grandes cantidades de estadounidenses.

La realidad proporciona algo muy diferente. Vimos las fotografías abominables de Abu Ghraib. Y ahora, la organización Médicos por los Derechos Humanos, ganadora del Premio Nobel, ha dado a conocer un informe denominado “Leyes rotas, vidas rotas”, que pone un rostro apropiadamente horrendo a una práctica tan maligna en lo fundamental, que no puede coexistir con la idea de una sociedad justa y humana.

En el informe, se hace un esbozo de los once detenidos torturados cuando estaban bajo custodia estadounidense y que después fueron liberados –con su vida arruinada–, sin que nunca se les levantaran cargos por delito alguno o se les dijera por qué se les detuvo. Todos los presos eran hombres, y a todos los golpearon terriblemente. A uno lo sodomizaron con el palo de una escoba, se dice en el informe, y sus interrogadores lo obligaron a aullar como un perro mientras un soldado orinaba encima de él.

Se desmayó, dice el reporte, “después de que un soldado se paró encima de sus genitales”.

Funcionarios de Médicos por los Derechos Humanos dijeron que se llevaron a cabo exámenes médicos y psicológicos extensos –y, en dos casos, se consultaron expedientes médicos anteriores– para ayudar a corroborar el testimonio de los detenidos. La organización tiene una historia prolongada y creíble en cuanto a la documentación de tales abusos.

Leonard Rubenstein, presidente de Médicos por los Derechos Humanos, dijo: “Al hacer las evaluaciones, utilizamos normas internacionales, valoraciones médicas de tortura y maltrato, y evaluamos en forma meticulosa la evidencia física y psicológica de tortura y maltrato, y las consecuencias a largo plazo en la salud física y mental”.

El elemento más efectivo del informe es la forma en la que saca a la tortura del campo de lo abstracto para mostrar no solo el horror y la crueldad de la tortura en sí misma, sino la forma en la que devasta absolutamente el cuerpo, el alma y la psique de sus víctimas.

Se abusó de los detenidos de quienes se hace mención en el informe en instalaciones en Afganistán, Iraq y la Bahía de Guantánamo, Cuba. Tres dijeron que les habían aplicado choques eléctricos. Uno dijo que le encajaron un desarmador en la mejilla, y le golpearon la cabeza y la quijada con un rifle.

En un ejemplo de cómo se usó la evidencia médica para respaldar la declaración de un detenido, se dice en el informe que las cicatrices en los pulgares de los prisioneros “son altamente consistentes con las cicatrices que dejan los choques eléctricos”.

Además del maltrato físico, los detenidos informaron que eran generalizadas formas diversas y horripilantes de maltrato físico, incluida la humillación sexual. Expresaron que hacían desfilar a los hombres desnudos frente a las soldadas, los obligaban a ver pornografía y a quitarse las túnicas en presencia de interrogadoras. La sola cantidad de las diferentes formas en las que los detenidos declararon que habían sido abusados es abrumadora. Se les privó del sueño, se les obligó a aguantar calor y frío extremos, se les encadenó encuclillados por 18 a 20 horas seguidas, se les dijo que sus familiares femeninas serían violadas, que a ellos los matarían, y así sucesivamente. Todo para nada bueno.

El propósito ostensible del maltrato a presos es infligirles dolor e inducir desorientación y desesperación, provocando tanta agonía que den inteligencia valiosa para poder terminar su sufrimiento. Sin embargo, la tortura no es una técnica de interrogación. Es un ataque criminal contra un ser humano.

Lo que deja en claro el informe es que una vez que se da luz verde a la tortura, el resultado garantizado es un panorama siempre en expansión de cuerpos rotos, vidas arruinadas y vergüenza profunda para todos los involucrados.

Casi todos los detenidos mencionados en el informe han experimentado dificultades psicológicas atormentadoras desde que los liberaron. Varios dijeron que han contemplado el suicidio. Como uno de ellos lo expresó: “Ninguna pena se compara con la experiencia de tortura que tuve en la cárcel. Esa es la razón de mi tristeza”.

Ni el Congreso ni el público saben siquiera suficiente sobre las prácticas de interrogación del país después del 11 de septiembre. Cuando algo tan repugnante como la tortura está sobre la mesa, existe la tendencia a desviar la mirada de las verdades más dolorosas.

Es una tendencia a la que nos deberíamos resistir.

© The New York Times News Service.