Hace cuatro meses, el arquitecto Daniel Libeskind declaró públicamente que los arquitectos deberían pensar antes de trabajar en China, y agregó: “No trabajaré para regímenes totalitarios”. Sus declaraciones desataron una controversia en su profesión, puesto que algunos arquitectos lo acusaron de hipócrita porque su propia firma recientemente colocó la primera piedra de un proyecto en Hong Kong.

Desde entonces, sin embargo, el discurso de Libeskind, pronunciado en un evento de bienes raíces y planeación, en Belfast, Irlanda del Norte, ha reavivado un debate de décadas entre los arquitectos con respecto a la ética de trabajar en países con líderes represivos o historiales negativos en materia de derechos humanos.

La cuestión ha vuelto a acaparar los reflectores sobre todo ahora que un creciente número de arquitectos de renombre diseña edificios en lugares como China, Irán, Abu Dhabi y Dubai, donde el desarrollo urbanístico ha estallado al mismo tiempo que las libertades cívicas o la explotación de la mano de obra de migrantes ha sido objeto de fuerte escrutinio.

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El debate abunda en los blogs de arquitectura, y los grupos de derechos humanos ejercen presión sobre los arquitectos para que estén atentos a las políticas y condiciones laborales de un Gobierno cuando aceptan encomiendas.

La ideología es tan antigua como la arquitectura. ¿Al diseñar edificios que refuerzan el perfil de un cliente poderoso, los arquitectos aprueban implícitamente las acciones del cliente o colaboran en la simbólica creación del mito? ¿O acaso la arquitectura trasciende la política y la ideología? ¿Si la propia visión del arquitecto es progresiva, puede la arquitectura ser un vehículo para el cambio positivo?

En términos generales, el problema no es algo concreto para los principales profesionales del campo; ningún arquitecto entrevistado para este artículo, salvo Libeskind, ha rechazado públicamente la noción de trabajar para países que son blanco de críticas. No obstante, el debate subraya las complejas decisiones que entran en el diseño arquitectónico, y motiva a los arquitectos a reflexionar sobre sus prioridades.

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“Es complicado”, indicó Thom Mayne, arquitecto de Los Ángeles, cuyos proyectos incluyen oficinas corporativas en Shanghai. “La arquitectura es un arte negociado y es sumamente político, y si uno quiere construir edificios, se requiere diplomacia.

“Siempre me ha interesado la arquitectura de resistencia —arquitectura que tiene algún poder sobre la forma en que vivimos”, dijo Mayne, y añadió haber sido entrevistado recientemente para proyectos en Abu Dhabi, Kazajistán, Rusia, el Medio Oriente e Indonesia. “Trabajar bajo condiciones adversas podría ser visto como una ventaja porque estás ofreciendo alternativas. Aun así, hay situaciones que hacen que uno se pregunte: ¿Quiero ser parte de esto?”.

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Hay muy pocas dudas de que éste es un momento con una fuerte carga global para la profesión: un auge de construcción en Asia y el Medio Oriente junto con un hambre por diseños de marcas de renombre, han creado oportunidades sin paralelo para que los arquitectos dejen su huella. Dice el dicho que toda ciudad desea su propia Bilbao, en referencia al estallido de emoción por el museo Guggenheim de 1997, diseñado por Frank Gehry en esa ciudad, y todo arquitecto anhela el reconocimiento que viene con una comisión muy prominente.

Algunos profesionales argumentan que la arquitectura es más importante para ellos que la política.

“Soy un hombre que tiene colgada en la pared una foto del tipo parado frente al tanque militar”, dijo el arquitecto angelino Eric Owen Moss, en referencia a la famosa fotografía de las protestas en la Plaza de Tiananmen, de 1989. “Pero nunca he rechazado un proyecto en Rusia o China”.

Moss d iseñó el Muse o Guangdong y el Teatro de la Ópera en Guangzhou, así como una plaza ceremonial, la Plaza de la República, en Almaty, Kazajistán, país que ha sido gobernado por el mismo líder autócrata, Nursultan Nazarbayev, desde de los 80.

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Algunos arquitectos argumentan que es irreal y egoísta que presuman poder transformar una sociedad o distanciarse del comportamiento de un cliente.

Abu Dhabi espera posicionarse como un destino cultural para el Medio Oriente y Asia con un satélite del Guggenheim diseñado por Frank Gehry, un museo clásico creado por Jean Nouvel que albergaría exhibiciones itinerantes del Louvre de París, un centro de artes escénicas con diseño de Zaha Hadid y un museo marítimo diseñado por Tadao Ando. Los grupos de derechos humanos han advertido que estos arquitectos se arriesgan a ser vinculados con lo que afirman es la explotación de albañiles de naciones pobres por parte de los Emiratos Árabes Unidos.

“Los exhortamos a que tomen medidas para asegurarse de que ellos o sus contratistas cumplan con las mejores prácticas”, señaló Joe Stork, subdirector de la división Medio Oriente y Norte de África de la organización Human Rights Watch. “Típicamente su respuesta es: ‘Nosotros cumplimos con las leyes nacionales”.

Libeskind, explicó que él no había buscado ningún proyecto en China continental, pero que había diseñado un edificio multimedia para la Ciudad Universitaria de Hong Kong, porque éste tiene un estado de derecho más firme: “Hay un proceso público por el que mi edificio tuvo que pasar”.

Sin embargo, aclaró que no había rechazado por completo la idea de trabajar para el Gobierno de Beijing. “Si dijeran: ‘¿Nos pueden construir un centro para la democracia? Yo sería el primero en ofrecerme”, agregó Libeskind.