Aparentemente han pasado también a segundo plano los derechos de la naturaleza, con el hermoso retorno a los brillantes años del medioevo en que se podía enjuiciar y castigar a animales. Claro que, como mandan los aires del siglo XXI, era necesario incluir a los habitantes de los reinos vegetal y mineral para que la tierra sagrada esté completa.

Se ha mantenido, en cambio, la declaración de la ciudadanía universal, hasta transformarse en uno de los pocos artículos de la nueva Constitución que han sido aprobados y sacramentados, con lo que de ahora en adelante los demás países del mundo ya saben cuál es el camino que deben seguir en el futuro. También triunfó la revolucionaria concepción de la nueva política internacional, alimentada del más puro sentimiento de ombligo del mundo, que pondrá bajo control de este pequeño pero altivo país  los siniestros y amenazantes tratados con sus respectivos organismos, culpables del empobrecimiento y del resto de males conocidos y por conocer.

Ya que el generoso árbol de la originalidad no conoce de estaciones ni se amilana ante la sequía o la lluvia, cada día da nuevos y más nutritivos frutos. Ahora estamos en la época de los símbolos patrios: el escudo, la bandera y el himno. Si el coronel venezolano hizo un pequeño cambio en el escudo de su país porque no le parecía lógico que el caballo mirara hacia la derecha, ya que dicho está que los caballos deben mirar a la izquierda, la ONG de Montecristi está dispuesta a ir mucho más allá. Del himno hay que eliminar toda la letra, porque es antiespañola y eso no es políticamente correcto cuando hay tantos ecuatorianos nacidos en esas tierras y además niega la esencia de la ciudadanía universal. Debe ser reemplazada por una letra condenatoria del actual imperio, que es el obstáculo para que todos (y todas, por supuesto) vivamos bien aquí y ahora. Del escudo hay que arrancar los laureles por su condición de símbolo guerrero, de una guerra mala, diferente a la que fecundó la sangre y engrandeció el dolor, que es la guerra buena, la que se expresa en la chuquiragua.

Demócratas hasta el tuétano, en el escudo hay que poner la huipala y el spondylus, porque no puede faltar la referencia a ese gran imperio que en aras del buen vivir de sus habitantes los trasladaba en masa de un suyo a otro suyo y proporcionaba idílicas condiciones de vida a toda su población, mitimaes incluidos. En estricta justicia regional, habrá que encontrar un lugar para la hoja de plátano. Será el reconocimiento imprescindible a esa noble fruta que nos representa en el mundo y así todos podrán entender la profundidad de los símbolos de la banana republic.