Cuando el árbitro Mauricio Reinoso alzó los brazos y pitó el final del partido, la euforia que se desató ayer entre los jugadores azules, así como la celebración con su hinchada, estaban más que justificadas.
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Cuando el árbitro Mauricio Reinoso alzó los brazos y pitó el final del partido, la euforia que se desató ayer entre los jugadores azules, así como la celebración con su hinchada, estaban más que justificadas.
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