Un programa supuestamente cómico que no arranca ni una sola sonrisa. Personajes que tratan de reflejar la vida de un grupo cultural y lo denigran... Sin duda, se  está ante uno de los mayores despropósitos de la TV ecuatoriana. Su nombre: ‘Mi recinto’.

La pretensión de ‘Mi recinto’ es ser una comedia de situaciones que tiene como escenario la vida en un pequeño caserío del agro costeño. Ya en los hechos, la serie tiene tan pocos recursos que deja serias dudas sobre su efectividad en el campo de la farsa y la risa. En cuanto al agro costeño,  solo está la apariencia y la forma de hablar en situaciones que bien podrían tener cualquier otro escenario.

¿Por qué? Para sostener una comedia forzando la caricaturización de personajes a través de una serie de limitados recursos, se necesita tener las ideas claras de tal forma que se esté en capacidad de utilizar  el minimalismo como líquido revelador del absurdo que se puede esconder en la normalidad. O, en otras circunstancias, ser un gran maestro del humor que no necesita demostrar su dominio de infinidad de recursos.

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Fernando Villarroel no tiene esa claridad y no llega a ser un comediante medianamente capaz que domine técnicas o por lo menos esté en capacidad  de sacarnos una risa inteligente. Simplemente tiene un personaje, el Compadre Garañón,  que trata de resolver con lo que tiene a mano, lo cual en términos de  rating se traduce en la fórmula: sexismo, racismo y frivolización de la violencia.

El resultado es que ‘Mi recinto’, aparte de ser ofensivo,  es repetitivo. Cada uno de los capítulos de la serie tiene una estructura similar: los miembros de la comunidad enfrentados a un problema, el Compadre Garañón introduciendo la discordia,  y en el medio de eso, las agresiones sexuales que tratan de pasar como situaciones románticas, el uso de armas de fuego y la burla hacia lo que es distinto.

Lo distinto... en este punto vale la pena detenerse. Una de las primeras apariciones de Villarroel en la TV fue en ‘Los entenados, pero con billete’, la secuela de la comedia clásica y costumbrista ‘Mis adorables entenados’. En el elenco siempre existió un personaje de raza negra. En las primeras temporadas, el papel lo cumplió un Richard Barker que tuvo la virtud de caracterizar a un chico rural, ingenuo, pero de ninguna forma tonto y menos aún pasivo.

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En la secuela que ahora se transmite por RTS, el personaje se transformó en su opuesto: el tontito del cual todos se burlan y cuya única reacción eventual es la violencia.

Este último esquema se mantiene en ‘Mi recinto’. El personaje de raza negra es la piedra de toque, el que “huele mal”, el tonto que no se da cuenta de muchas cosas y se puede engañar, el que interviene en ‘Mi recinto’ pero al mismo tiempo está apartado y a quien frecuentemente confunden con un ladrón en situaciones poco claras.

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¿Racismo? Sí y no. Más bien, una posición frente a lo diferente. Porque otro tanto sucede con el personaje que acusa cierta ambigüedad sexual, lo cual es un tipo de caracterización que hoy por hoy es infaltable en cualquier programa que intenta ser cómico o por lo menos “entretenido”. ¿Un reconocimiento de las minorías? ¿Un acto de tolerancia? Para nada, simplemente se utiliza a las personas distintas para la burla y la caricatura.

La pantalla se ha poblado de esperpénticos travestís y sujetos que utilizan una supuesta ambigüedad sexual para montar escenitas (el “licenciado” Dupleint de los ‘Buenos Muchachos’ es uno, en RTS hay alguno más y está la  Antonella de Marián), lo cual provoca el rechazo de muchas personas y la preocupación de padres de familia.

Así, en lugar de que se avance hacia una sociedad más tolerante y democrática donde las minorías sexuales tengan un sitial y se reconozcan sus derechos, se produce el efecto contrario.

Y con todo lo grave que es lo descrito, no es lo peor de ‘Mi recinto’...

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Muchos debates se han levantado sobre la visión negativa de los montubios que establece ‘Mi recinto’. No es para menos: al hablar del montubio se está hablando de una parte fundamental de la identidad cultural de la población costeña del Ecuador.

Burlarse, caricaturizarlo, deformarlo significa tocar las fibras más sensibles de un pueblo. Villarroel y su séquito presentan al montubio como un ser agresivo, incapaz de un acto de romanticismo que no pase por la traición o la violencia, a afectos de utilizar alegremente armas de fuego y machetes. Es decir, el montubio que a veces es retratado de  esa forma por la crónica roja.

Precisamente, ese  es el tema: al parecer Villarroel extrae sus personajes del estereotipo creado por la negatividad que muchas veces reflejan los mismos medios de comunicación, tipo TC Televisión. Sin haberse preocupado en algún momento en profundizar sobre sus características.
Y si bien el desconocimiento es terrible cuando se trata de periodismo,  resulta una mentira insostenible el tratar de elaborar caricaturas sobre lo que se desconoce.

En esos términos resulta una mentira repetir descaradamente eso de que una revista les nombró uno de los diez mejores programas de la TV de todos los tiempos, cuando lo único que existió es la negligencia de unos pésimos editores colombianos que se inventaron una lista sin el más mínimo criterio.

Televisivamente ‘Mi recinto’ (TC) dirigida por Fernando Villarroel es una comedia costumbrista con personajes que son una caricatura de los montubios, campesinos de la Costa. La serie está llena de estereotipos que son un despropósito total: violencia sexual y agresión a la mujer (foto 1), uso de las armas de fuego descuidado y sin razón (foto 2) y, por último, racismo (foto 3).