Si fuéramos automóviles, la Cuaresma sería tiempo de cambiar el aceite y afinar el motor.

Si fuéramos jardines, la Cuaresma sería tiempo de fertilizar nuestra tierra y arrancar malas hierbas.

Si fuéramos alfombras, la Cuaresma sería tiempo de darles una buena aspirada o una buena sacudida.

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Si fuéramos baterías (acumuladores), la Cuaresma sería tiempo de recargarlas. Pero no somos ninguna de estas cuatro cosas.

Somos personas que algunas veces hemos hecho cosas malas y necesitamos arrepentirnos de ellas (de ahí la necesidad de una buena confesión).

Somos personas que algunas veces nos volvemos egoístas; necesitamos pensar en los demás y comenzar a vivir de nuevo (de ahí la necesidad de la limosna).

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Somos personas que a veces perdemos de vista el fin para el que fuimos creados por Dios; necesitamos recobrar la vista (de ahí la necesidad de la oración).

Esta es la razón por la que tenemos la Cuaresma. Por eso pidamos a Dios “que las prácticas anuales propias de la Cuaresma nos ayuden a progresar en el conocimiento de Cristo y llevar una vida más cristiana”.

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(Colaboración de Luz del Domingo Especial para Diario EL UNIVERSO)