Recientemente inaugurada en la galería Madeleine Hollaender se encuentra expuesta la serie denominada La maleta (2001), de Sara Roitman. Esta artista que ha elaborado en los últimos años propuestas de examen social y conciencia ecológica, parte ahora de una tendencia que se volvió muy popular

internacionalmente hace pocos años: la de incorporar el uso de tecnología ajena a las artes visuales como lenguaje válido de expresión. Como ejemplos de esto podemos citar la obra Garganta Profunda (1996), de Mona Hatoum, en la cual empleó el video de una endoscopia a través de su tracto digestivo, el uso de rayos X en Amo/Esclavo (1999), de Diller+Scofidio, y las obras recientes de Wim Delvoye (2001-2), quien utilizó como taller una clínica radiológica para
experimentar con los equipos de análisis y construir con las imágenes que obtuvo, a manera de collage, magníficos vitrales “góticos” que exploran los mecanismos ocultos de la sexualidad (ver www.speronewestwater.com).

Las 25 fotografías monocromáticas que presenta Roitman son imágenes de maletas que, vistas a través de rayos X, permiten la inspección de su interior. A más de recordarnos la nueva dictadura de la seguridad aeronáutica que se instauró a partir del 11 de septiembre del 2001, el énfasis de esta serie radica en las reflexiones que articulemos como espectadores de los contenidos, cuya narración de historias íntimas se realiza paradójicamente mediante el escrutinio de un medio tan frío, mecánico e impersonal.

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Su extracción judía –manifestada en algunos objetos que constituyen el bagaje– y su nacionalidad chilena permiten pensar acerca de esta serie como un comentario universal acerca de la diáspora; si a esto le añadimos su ejecución desde su residencia quiteña se suma una lectura sobre el fenómeno migratorio ecuatoriano: el éxodo ancestral y presente que moldea su identidad encuentra un paralelo con la crisis de desarraigo desatada en nuestro país.

El caso de Roitman es un ejemplo (y una de las excepciones) de cómo se puede abordar con éxito las problemáticas de la migración, que han sido desgraciadamente abusadas de la manera más pueril por nuestros artistas en los últimos años. Su uso como tema pasó aceleradamente de relevante a desgastado.

El problema con estos asuntos es el manejo simplón y evidente de una temática, que como cualquier otra, debe ser comunicada a un nivel que trascienda la mera literalidad de lo tratado. Más allá de un manejo formal irregular, este era el problema con la muestra que en este mismo espacio expuso hace poco Adrián Washco.  Recuerdo que el mismo artista hace unos años presentó en un salón un objeto que aludía lúdicamente al coyoterismo, a mi criterio era la mejor obra, pero la reiteración de esta premisa en su trabajo la tornó cansada y aburrida. No solo los lenguajes se desgastan sino también las propuestas, algo parecido pasó dentro del arte cubano con las referencias a los balseros, lo cual indica que esto ocurre en todas las latitudes.