Cuando el médico con voz trágica dice: “A partir de ahora tiene que comer sano, le voy a dar esta dieta...” se siente un vacío de terror en el estómago. “¡Oh no, adiós fritada, compañera de mi vida!”.
La evidencia de que lo más rico es lo más dañino duele, sobre todo cuando el organismo, cansado de recibir grasa y toxinas, decide protestar y hay que hacerse vegetariano para salvar el pellejo.