Los restos de próceres de la independencia están en el camposanto general.
“Alfa y Omega, principio y fin”, consta en una de las lápidas del cementerio general de esta ciudad, considerado como uno de los más hermosos de América, por la profusión de estatuas, que son verdaderas obras de arte, así como de majestuosos mausoleos.
Está situado al pie del Cerro del Carmen, sobre la calle Julián Coronel, antes conocida como Vía de las Amarguras o de los Lamentos, ya que en el sector quedan además la iglesia de Santo Domingo, el hospital Luis Vernaza y la vieja cárcel municipal.
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Modesto Chávez Franco, en su obra Crónicas del Guayaquil Antiguo, anota que en 1813 el regidor Bernardo Echeverz expresa la necesidad de tener un panteón.
“Fue el gobernador Vasco y Pascal (en 1815) quien emprendió en la obra del cementerio general, eligiendo terreno al pie del cerro, cercándolo de estacas incorruptibles...es en 1822 que definitivamente se establece el actual. ...En 1825 se termina el panteón bajo la dirección de don Pedro Santander, regidor”, señala Chávez.
Aquí reposan los restos de quince ex presidentes de la República: Vicente Rocafuerte, Vicente Ramón Roca, Diego Noboa, Francisco Robles, José María Urbina, Eloy Alfaro, Emilio Estrada, Lizardo García, José Luis Tamayo, Alfredo Baquerizo, Juan de Dios Martínez, Carlos Julio Arosemena Tola, Carlos Alberto Arroyo del Río, Clemente Yerovi y Jaime Roldós.
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También están los despojos mortales de próceres de la independencia como José Villamil, Juan Illingworth, José Joaquín de Olmedo, Francisco Roca, Rafael Ximena.
El cementerio de los extranjeros o protestantes, que está contiguo, se construyó a mediados del siglo XIX, está cerrado y ya no se usa para realizar sepelios.
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El cementerio es fuente inacabable de historias de toda clase, desde truculentos episodios de desaparecidos, embrujados y encantamientos hasta tiernas y perdurables muestras de amor de padres a hijos o de esposos que juraron encontrarse en un mundo perfecto, donde no exista el dolor.
Una muestra de estos afectos es la tumba del niño Leonardo Bello López, fallecido el 29 de enero de 1939. Aquí se aprecia una escena impresionante: la madre que abraza con infinita ternura y dolor el cuerpo sin vida de su hijo.
Otón Chávez, administrador del camposanto, destacó que en este lugar “se refleja la influencia europea a través de las escuelas clásica, renacentista, romana, griega, entre otras. Esto se refleja en las esculturas y en los diseños de los mausoleos que realizaron los artistas y escultores italianos y de otras nacionalidades que llegaron para la construcción de edificios públicos”.
Cuando el sol comienza a caer en el horizonte e incendia el cielo de rojo y dorado es el momento de los sepelios, que regularmente se realizan a partir de las 16h00.
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El cementerio no es solamente dolor, también es centro generador de recursos para sostener a decenas de familias que se dedican al comercio de flores, lápidas, comida, refrescos, servicios fúnebres.
Recorrer el cementerio general de Guayaquil es reencontrarse con la historia, es como trasladarse mágicamente a otros tiempos.
Aquí conviven después de la muerte los pudientes y los pobres, los fuertes y los débiles. La muerte finalmente unifica a todos.