Nos quejamos de la inédita situación que estamos viviendo en el país y miramos los efectos sin examinar las causas. Pensamos que con crear megacárceles y encerrar a los delincuentes –los que no son salvados por los jueces corruptos– habremos limpiado la sociedad y que todo volverá a ser como antes. Lamentablemente, esto no es cierto, porque mientras unos van entrando a las mazmorras, otros podrían estarse gestando en nuestros hogares.

Este Diario, el 21 de enero pasado, informó que la presencia del crimen organizado en Ecuador data de 1985. En 2005 aparecieron los choneros y entre 2014 y 2023 surgió una veintena de grupos armados, señalando como factor, para que nos hayamos convertido en centro clave para la distribución y procesamiento de drogas, las actividades de grupos guerrilleros en la frontera norte. Este fenómeno creció a vista y paciencia nuestra. Nada se hizo ni se ha hecho de modo contundente para acabar con la permeabilidad de nuestros límites con Colombia, donde se pasan la droga y los combustibles, sin control, y se adoctrina y prepara a niños y adolescentes para robar, secuestrar y matar.

Al rescate

Actualmente, se dice que aquí existen 22 grupos considerados terroristas. Este Diario, en edición del 26 de enero, indica que se reclutan menores para el cometimiento de asesinatos, venta de estupefacientes y enganchamiento de otros chicos para efectos criminales, y a los 12 años ya pueden tener una propiedad tomada ilegalmente por los cabecillas.

El común denominador que vemos en este horrendo paisaje es la temprana edad de quienes conforman las bandas del terror. Lo mismo ocurre con aquellos que están, incluso, en las calles céntricas de algunas ciudades, drogándose o en estado de letargo, producto del consumo.

Pero ahí no se detiene el crecimiento de la delincuencia. No son solo de los barrios marginales. Hay otros que se preparan para ser delincuentes de cuello blanco y dorado. Y están enquistados en el aparato burocrático, mientras algunos andan sueltos perseguidos por la justicia.

Al día siguiente, ¿qué?

La pregunta es ¿qué hace que gran parte de nuestra niñez y juventud se haya salido y se salga de los carriles de la moral y las buenas costumbres?, ¿por qué estamos perdiendo el tejido social?, ¿dónde está la crisis o qué ha hecho crisis?

Es la sociedad misma que se encuentra en estado de descomposición, por falta de formación, orientación, disciplina y respeto de sus miembros, que provoca la ausencia de principios y valores. Hemos fracasado como padres. Carecemos de hogar y de familia. No estamos presentes en la vida de nuestros hijos. Están a la deriva, sin brújula. Los mandamos a los masivos centros educativos –cuando tenemos las posibilidades– y pensamos que ahí les van a dar lo que nosotros no les damos. Sobre todo, están carentes de amor y de afecto, presas de las máquinas computadoras y de los celulares. Y se buscan entre ellos y encuentran en las bandas a la familia que no tienen en sus casas. Son generaciones perdidas.

¿Qué hacer? Comencemos la dura tarea de recuperar el tejido social para volver a la normalidad, aunque nos tome algunos lustros, invirtiendo más en salud, educación y cultura. (O)