Lo que parecía una brisa marina se convirtió en una ola grande. Gigante. Literalmente un Olón. Sin embargo, desde lo comunicacional bien pudo habérselo atenuado, con los códigos correctos y oportunos.

No, no hay que tratar de tapar el sol con un dedo. Tampoco dejar un hoyo tan grande que provoque insolación. Pero quizás a estas alturas lo más efectivo sea cortar de un tajo el escándalo, que ha escalado demasiado en la esfera de la política preelectoral, desistiendo y archivando formalmente un proyecto turístico embadurnado de dudas. Ah, y tomando a plena luz las sanciones que sean del caso con los agenciosos burócratas que le dieron luz verde. Eso generaría, posiblemente, un torniquete al desangre reputacional que está causando la protesta de un grupo de comuneros.

Balcones

Vale, sin embargo, analizar política y comunicacionalmente lo ocurrido. No fue un hecho inusitado, tuvo su proceso, como tampoco son nuevas las intenciones urbanísticas en la zona por parte de la ahora familia presidencial, por lo que es evidente la subestimación del tema, que al parecer no estuvo en el radar del entorno del poder.

En un escenario político que ha desarrollado una amplia gama de explicaciones, entre lo que en los noventa fue el “porque me da la regalada gana” hasta el reciente “ni lo conozco”, el Gobierno actual optó, sin embargo, por largas horas de silencio, al parecer esperando que las aguas se calmen orgánicamente. Y la nada suele ser una herramienta muy válida, pero no en temas sensibles.

La defensa del ambiente ha calado fuerte en las nuevas generaciones que toman muy en serio el tener un planeta que dejar a sus descendientes y en ese contexto, no hay tema ambiental que sea pequeño: todos importan. Y la acusación de “tráfico de influencias” que se le hace al Gobierno tampoco puede ser desatendida, porque resalta cuando se tiene como consigna la lucha contra el crimen organizado, que se ha enseñoreado, justamente, por cuánto ha logrado influir en los poderes establecidos.

Ambas temáticas debían, deben, estar en la punta del sensor gubernamental, para que, si no se logra anticipar la crisis (que es lo ideal), al menos se la contenga rápido. Nunca salir a apagar el fuego con gasolina, como he visto a altas funcionarias desmereciendo a los comuneros, y no a su mensaje de defensa del manglar. Tampoco dejar un vacío para que reine la especulación.

¿Era el reto explicar lo inexplicable? Veamos. La familia del presidente, en su actividad privada, ha desarrollado por décadas el negocio inmobiliario y como tal tiene experiencia suficiente en tratar con posesionarios de la tierra y en resarcir daños. No hay, entonces, un “negocio nuevo”, de un “aprovechado”. Y en el manglar, si no se puede resembrar como se ha hecho en otros proyectos, adecuar el plan a las realidades ambientales y acordar compensaciones a la comuna. Y si hubo, como parece, acelerador de influencias en los trámites, hay que admitir descontrol, que es mucho más honesto que negarlo, y tomar de inmediato los correctivos, utilizando los fusibles ministeriales. El tono prepotente y represivo de las primeras reacciones, sin embargo, poco ayuda a capear la tormenta. (O)