Este título es el mismo de la novela escrita en la segunda mitad del siglo XIX por Tolstói, quien a su vez tomó el nombre de una de las obras del anarquista francés Proudhon, publicada también en esos tiempos.

La simultaneidad de la recurrente lectura personal de esa obra maestra de la literatura y los acontecimientos de violencia global y en especial local, permite que estas líneas se escriban desde el análisis de lo que acontece en nuestra sociedad que, como otras, intenta mejorar sus condiciones de vida.

¿Agonía de liderazgos?

El presidente del Ecuador, en enero pasado, declaró el estado de conflicto armado interno con el fin de tomar medidas extraordinarias para hacer frente a la delincuencia que en ese momento asolaba en su nivel más dramático al país. En varias ocasiones, de manera coloquial el mandatario de los ecuatorianos se ha referido a esta situación como la de un estado de guerra interna, sin que esa figura exista de manera taxativa en la normativa jurídica local. No obstante, la expresión es comprendida como la lucha

en contra de la delincuencia y en especial en contra de la que se relaciona con el narcotráfico, objetivo necesario, pero insuficiente pues la corrupción medra en los escenarios de la política y en el funcionamiento de toda la sociedad ecuatoriana.

Recuperar el tejido social

La política desde sus definiciones doctrinarias y disposiciones normativas está concebida para construir los mejores escenarios posibles para la vida de la gente. Desde ese propósito macro que engloba toda particularidad propia a la convivencia social, el crimen en todas sus formas debe ser perseguido y sancionado. En este escenario, se ubica la declaratoria de conflicto armado interno como una fuerte decisión para combatir el crimen y construir una cultura de paz que permita prosperidad y bienestar.

La criminalidad en el país, pese a que ha sido atenuada por algunas acciones gubernamentales, persiste. Luchar en su contra es un desafío de todos, pero especialmente del Estado organizado. Es necesario un combate sin cuartel a la mala política y a la perversión moral de la burocracia corrompida. Es preciso denunciar los conflictos de intereses, los privilegios enquistados en el manejo de lo público, en los sindicatos, en la educación, en la salud. Debemos emprender una verdadera cruzada contra el atraco a los recursos públicos, superando argucias legales que defienden un statu quo corrupto. No se puede tolerar el latrocinio con el falaz argumento de que no se lo puede combatir por la vigencia de normas y procedimientos que lo protegen y preservan. ¡El derecho como parapeto de la incorrección y del robo de los recursos de todos!

En el combate al crimen y al delito, quienes integran cada una de las funciones del Estado deben ser cabales patriotas, entregados a la lucha contra la corrupción y a la cimentación de una cultura de paz y de bienestar colectivo. Esta pretensión -contar con un grupo de patriotas- podría ser ilusoria si analizamos descarnadamente a lo que hemos llegado, pero es el único camino… funcionarios públicos incorruptibles trabajando para la gente y para el país, bajo la conducción e inspiración de un liderazgo moralmente ejemplar. (O)