Alina tiene un máster y una amplia preparación profesional. Incluso reconocimientos internacionales que suma a su trayectoria como experta en español y en periodismo. Alguna vez, muy joven, quiso volar, y se sumó a la tripulación de una aerolínea para cumplir ese sueño. Luego quiso indagar, y se consolidó como reportera de investigación. Y con toda esa experiencia acumulada, decidió un día enseñar, y ha compartido su saber en varias universidades, para bien del oficio.

Pero el martes anterior, durante la insólita transmisión en vivo forzada por novatos delincuentes que quisieron hacer un manifiesto y mostrar su violento poder, Alina estaba en el suelo, apuntada con un arma de fuego, allí donde ella diariamente llega a manejar uno de los noticiarios más vistos a nivel nacional. Aterrada, junto con sus compañeros de trabajo y de secuestro, suplicaba cordura entre maleantes y policías, que no desaten una mortandad con los explosivos y municiones que blandían, que se les permita salir con vida y volver a ver a sus hijos. Luego de minutos que parecieron horas, ella y sus colegas pudieron salir, en shock.

Ese es el Ecuador que estamos viviendo. Al revés.

Donde los malos salen a las calles a sembrar el terror y los buenos, desesperados, deben esconderse en sus casas para no ser vejados, retenidos o alcanzados por alguna bala perdida, como le ocurrió a Diego, aquel padre y artista que, desesperado, trataba de llegar a recoger a su hijo del colegio y ponerlo a buen recaudo. Nunca lo logró.

¿Cuándo perdimos?

El del martes 9 reciente ha sido el día más desesperante que ha vivido esta ciudad desde aquellos días de marzo del 2020, cuando el brote pandémico generó súbitas muertes en las calles de Guayaquil y otros cientos en las puertas de los hospitales que ya no daban más abasto, causando el estupor general. Déjá vu.

Ahora fue el virus de la violencia y el terror el que pudo nuevamente empujar a la población a autorrecluirse, con miedo hasta de asomarse a la ventana, como en los peores días del COVID.

Vivir con miedo

¿Qué hacer frente al miedo?

“Estado de guerra interna”, ha dispuesto el novel Gobierno. “Mafias como objetivos militares”, ha sido la orden complementaria. Significa esto que en zona urbana, en nuestras ciudades, calles, barrios y parques puede, en cualquier momento, escenificarse un combate que nos pone a todos en riesgo.

Situación difícil de digerir, pero no de entender, a pesar de aquello de que “guerra avisada no mata gente”. Avisada y recontraavisada, porque este caos social no surgió de pronto, ni ayer, ni la semana pasada. Es el producto de un deterioro de la seguridad nacional que empezó a tomar forma de medidas sociales desde 2008, desde Montecristi, en esa Constituyente y otras acciones tomadas por el Gobierno de la época, que invocando la soberanía eliminó la presencia antidrogas de la Base de Manta; impulsó la “ciudadanía universal” que ha permitido a muchos instalarse en el país; o dio forma legal al desmantelamiento de unidades de élite policial.

Quince años al menos de maceración ha requerido el mal que ahora vivimos. Paradójicamente, quince son también los meses que tiene el actual Gobierno para contenerlo. La ciudadanía clama porque así sea. (O)