En los últimos días hemos sido testigos de una serie de problemas ocasionados por eventos de lluvia que provocaron inundaciones en algunos sectores de Guayaquil, Esmeraldas y Babahoyo, entre otras ciudades, cuyo factor común, a decir de las instituciones responsables de monitorear dichos eventos y de quienes tienen la responsabilidad de operar y mantener los servicios de evacuación de aguas lluvias, es que ocurren por la presencia del fenómeno de El Niño, por lo cual, en buen romance, indirectamente le estamos echando la culpa al agua en lugar de asumir con responsabilidad una realidad que, sin duda alguna, nadie quiere asumir.

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De momento, durante el periodo húmedo en la Costa ecuatoriana, hemos tenido eventos de precipitación, en ciertos aspectos, menores a lo normal, y estamos notando serios problemas de drenaje, particularmente en las ciudades mencionadas, pese a que estuvimos preparándonos durante más de seis meses ante la eventual presencia de El Niño.

Errónea interpretación del fenómeno de El Niño

Los problemas de drenaje presentados por los medios de comunicación sirven de pretexto para que aquellos que pregonaron su inminente presencia y que finalmente no acertaron en su pronóstico quieran atenuar su fracaso, dando a entender que los problemas ocurridos son consecuencia del fenómeno de El Niño y no del ineficiente sistema de drenaje existente a lo largo y ancho de los sectores inundados.

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La naturaleza nos envía un mensaje muy preciso que debemos aprender en el sentido de que, si bien es cierto que se presentaron algunos parámetros tales como el incremento de temperatura del mar frente a nuestras costas que hacía presumir la presencia de El Niño, no es menos cierto que se dejaron de lado los frentes fríos que vienen del sur que finalmente ganaron la batalla y desplazaron ese frente cálido que venía del norte. A fin de cuentas, esta lucha entre ambas corrientes se repite de manera anual, de cuyo resultado dependen las características del periodo de lluvias en el Litoral ecuatoriano, que se hace cada vez más incierto debido al calentamiento global. Además, no es novedad que en las ciudades mencionadas ocurran los problemas de drenaje que notamos en la actualidad, y es menos novedoso aún notar cómo les echamos la culpa a terceros de la ineficacia de los sistemas artificiales y naturales para evacuar las aguas lluvias.

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En el caso de la ineficacia de los sistemas artificiales como Guayaquil, la responsabilidad recae sobre quienes administran y operan este sistema, que solo argumentan una serie de pretextos para justificar las inundaciones. En Babahoyo, que cuenta con un sistema de control de inundaciones desde hace 30 años o más, nadie explica que las inundaciones se deben seguramente a que los sistemas de bombeo que tiene la ciudad para evacuar el agua que cae sobre ella están inoperativos y, por lo tanto, tienen que esperar a que los niveles del río Babahoyo bajen y poder drenar la ciudad por gravedad. Esmeraldas tiene un problema mucho más serio dada la vulnerabilidad que tiene a las inundaciones y el desarrollo desordenado de los asentamientos irregulares, en cuyo ámbito no hay una institución nacional que desarrolle un proyecto integral de control de inundaciones de la ciudad y su sector.

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Es evidente que nuestro país debe aprender de todos los problemas que nos ocurren como resultado de eventos naturales como la lluvia, que restringe el desarrollo de las ciudades y del sector rural, por lo que se hace necesario pasar de la retórica hacia hechos concretos que minimicen los desastres naturales y terminar con los pretextos que nos hacen más daño. (O)

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Jacinto Rivero Solórzano, ingeniero civil, Guayaquil