De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente el 5 % de la población adulta (algunos cientos de millones) califica para ser diagnosticada con depresión. Esta misma Organización estima que existen arriba de 300 millones de personas con trastornos debido al abuso del alcohol.

Siendo el alcohol una droga depresiva (altera el equilibrio de la química cerebral), suena ilógico que una de cada tres personas depresivas busque en esta substancia un alivio para sus aflicciones emotivas. Pero así sucede.

Por otro lado, un individuo que bebe alcohol constantemente incrementa la probabilidad de desarrollar actitudes depresivas. Es innegable que estas dos condiciones están relacionadas en más de un sentido.

Usualmente la depresión ocurre primero, desde la adolescencia, y tienen las mujeres el doble de probabilidad de sufrirla que los hombres. Quienes tienen depresión y beben mucho (particularmente si beben solos) presentan más tendencia al suicidio que la población que solo es depresiva o solo alcohólica.

El exceso de consumo de esta sustancia también le resta eficacia a los medicamentos antidepresivos, creándose de esta manera un doble perjuicio a la salud mental del individuo. El alcohol desinhibe (suprime los “frenos” del sentido común y manejo consciente de la realidad) y puede causar en el consumidor conductas impulsivas, arriesgadas, insensatas, como manejar borracho y causar un accidente, dañar una relación, perder el trabajo, ejemplos de consecuencias que pueden conducirlo hacia la depresión.

Aunque estos dos males pueden existir separadamente, la coincidencia de ambas condiciones en tan alto grado en tantas personas ha hecho pensar, desde hace mucho tiempo, que debía existir una conexión entre ellas.

La conclusión es que la depresión eleva la probabilidad de que se produzca el abuso del alcohol y, a su vez, el excesivo consumo de alcohol termina produciendo depresión, cada trastorno empeorando el otro.

Aunque no hay evidencia genética concluyente, los hijos de alcohólicos tienen el doble de probabilidad de desarrollar la adicción, y los hijos de padres depresivos de dos a tres veces la probabilidad de ser depresivos que los hijos de personas sin el trastorno, aunque vivir en un hogar disfuncional es una fuerte influencia desde la niñez. Esta comorbilidad, tan discapacitante, exige ser detectada y tratada profesionalmente desde sus primeras etapas. (O)