Mantengo los ojos de mi corazón en Dios a medida que el día avanza. Permanecer con mi atención enfocada en la fuente de todo bien transforma lo cotidiano en una práctica espiritual de servicio. Confío en la verdad de la vida y abundancia divinas.

Permanezco en el fluir del bien infinito y el aprecio consciente. Al reconocer que la luz del Espíritu resplandece en cada corazón, recibo con beneplácito oportunidades nuevas para compartir compasión. La obra de mis manos es para un bien mayor, no importa lo grande o sencilla que sea la tarea.

Soy amable con mis seres queridos y conmigo mismo, con quienes conozco y con extraños. Cada uno de nosotros es una expresión valiosa de Dios en el mundo.

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Efesios 6:7: Cuando sirvan, háganlo de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres. (F)