Por Msc. Rafael Montalván
Especialista en lengua y literatura

Otra vez consideré la lectura de la novela El perfume, de Patrick Süskind, en la matriz de obras literarias del programa del diploma del bachillerato internacional, que leeré este curso lectivo con mis alumnos del 2º BGU-BI paralelos SIT, Espol y UCLA.

De las muchas estrategias lectoras posibles, elegí la estructural, es decir aquella cuyo lenguaje se levanta sobre “el efímero mundo de los olores”. Partimos del convencimiento de que el discurso literario que emplea este libro está supeditado a los olores agradables y los necesarísimos hedores (dentro de su contexto). Todo está regido por el olor: descripciones, comparaciones, exageraciones, personificaciones, campos semánticos,…, un entramado lingüístico que se torna en la mayor fortaleza del proyecto ficcional del escritor e historiador alemán. Pero no hay que confundir con la evidente imagen olfativa pura que se encuentra por millares a lo largo de la novela.

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Cuando describe: “En las calles adyacentes (…) la gente vivía tan apiñada, las casas estaban tan juntas (…) como en húmedos canales atiborrados de olores que se mezclaban entre sí: olores de hombres y animales (…)”, figura pintoresca puntual con el que se abre el capítulo siete de la primera parte, demuestra lo que afirmamos con certeza. La precisión en el uso de la metáfora, tan precisa para describir a viejos y ancianos, por ejemplo, que “olían a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos”. Es la mejor manera de paladear esta novela, más allá de los asesinatos y de lo que constituye la Francia del siglo XVIII. (O)