Un grupo de amigos, entre ellos algunos escritores, viajó a las cercanías del lago Ginebra, en Suiza, buscando disfrutar unos días del sol de verano europeo, pero no hubo más que mal tiempo. Gracias a esos días de lluvia, nació la historia que marcó el inicio de la literatura ciencia ficción: Frankenstein o El Moderno Prometeo, y con esta, el ser conocido como Frankenstein, hace exactamente 200 años.

Su creadora fue una chica de 18 años, Mary W. Shelley, hija de dos famosos filósofos de la época. Hasta esos días, Mary escribía, pero no había publicado ninguna obra. Esa noche, junto a su pareja, el escritor Percy Shelley,  el poeta Lord Byron y otros acompañantes (la hermana de Mary y el doctor de Byron) acordaron escribir historias fantasmagóricas.

Influenciada por conversaciones sobre biología evolucionista que realizaba Erasmus Darwin -abuelo de Charles Darwin-, los estudios de la naturaleza eléctrica de Luigi Galvani y los debates que se generaron a partir de estas ideas, Mary soñó una historia que luego plasmaría en papel, y que no tenía nada que ver con fantasmas, sino que era muy realista en esos años. 

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“Vi al pálido estudiante de artes diabólicas arrodillado a lado de aquella cosa que había conseguido juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre extendido (...) aquello mostró signos de vida...”, diría Mary sobre su obra. Ese joven se convirtió en Victor Frankenstein y la “cosa” fue la creación de este estudiante de ciencias, que actualmente es conocida con el nombre de su creador.

Frankenstein o El Moderno Prometeo está escrita a base de una comparación con el Prometeo de Esquilo, al hacer que el doctor Victor Frankenstein robe los secretos de la ciencia y cree un ser que cobra vida, como Prometeo, el titán de la mitología griega, quien robó el fuego y se lo dio a los humanos; Víctor confía en derrotar a su creación al igual que Prometeo busca vencer a Zeus, entre otras similitudes. En otras versiones de la mitología, Prometeo es el creador de la especie humana.

Si bien el protagonista es Victor, el personaje que cobra más fuerza es la criatura que creó. Es un ser creado por varias partes de cadáveres recolectadas en secreto, materializado más fuerte que los humanos, pero con aspecto deforme, tanto que causa abominación a su creador y a todo el que lo conoce. 

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A la izquierda, el grabado que apareció en la edición de 1831. A la derecha, una ilustración moderna de la historia. 

Es un ser despreciado, que no sabe lo que es, ni por qué está en la Tierra. Un ser atormentado, abandonado a su suerte por su creador. Este ser, originalmente puro y bueno, acabó convirtiéndose en una criatura con una moralidad fluctuante, con un triste destino.

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Frankenstein no es un monstruo, sino un ser en busca de respuestas. Fueron las adaptaciones al teatro y cine de la historia las que crearon esa imagen “terrorífica” que tiene hoy el personaje. La versión cinematográfica se estrenó en 1910. En una de las más conocidas, la del filme de James Whale (1931), Frankenstein -interpretado de gran forma por Boris Karloff-, ilustra una criatura tan inocente que no sabe distinguir entre el bien y el mal, y termina haciendo mucho daño. La escena con la niña arrojando flores es una imagen de ello. Otra adaptación que se rige fielmente a la historia es la de Kenneth Branagh (1994), y la última conocida, Victor Frankenstein, de Paul McGuigan (2015), tiene en su elenco a Daniel Radcliffe como Igor, personaje no original de la obra. 

Hay cientos de estudios sobre lo que Mary W. Shelley quiso expresar con su libro. Por ejemplo, que la criatura es ella misma buscando la aprobación de su padre y sufriendo la ausencia de su madre, quien había muerto días después del parto. Lo cierto es que el libro fue escrito es un contexto romántico: los pensamientos  sobre búsqueda de identidad del ser como individuo; las ideas sobre la vida y la muerte siempre presentes en su vida, en un marco como el lago Ginebra y una casa en la que se entretejen algunas relaciones sentimentales. 

Así, la historia une inevitablemente los destinos del creador y su criatura. Victor le da vida a algo y así empieza a destruir su propia vida, y Frankenstein lo odia por su rechazo, pero no puede evitar amarlo por ser su dios.

En el libro nunca se explica cómo exactamente creó Victor a Frankenstein, porque para el doctor, explicárselo a alguien más sería catástrófico,  como un pecado. El castigo que tuvo Víctor al hacer el papel de dios es otra de las moralejas de esta historia, que fascina aún ahora, dos siglos después de ser escrita.

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¿Qué fue de Mary luego del libro?

Su obra la hizo famosa, pero su imagen estuvo, en su época, opacada por la de sus padres y la de su esposo, Percy Shelley. Posteriormente sus textos fueron estudiados y hoy son reconocidos entre las obras de la literatura romántica.

Luego de la muerte de Percy Shelley en 1822, Mary dedicó su vida a escribir obras como Valperga (1823), Mathilda (1820), cuentos cortos y biografías. La última fue Caminatas en Alemania e Italia en 1840, 1842 y 1843, sobre un viaje que hizo con su hijo, con quien vivió hasta su muerte.

Cuando Mary falleció, en 1851, fue enterrada en Londres junto al corazón de su esposo, que ella había conservado durante casi tres décadas. Hoy sus restos están en Bournemouth, junto a los de sus padres. 

La obra de Mary W. Shelley tiene críticas divididas. Algunos la califican de demasiada edulcorada, lo cierto es que Frankenstein ha perdurado mucho más en el tiempo que los escritos de sus familiares, y  es reconocida hoy como una de las figuras del romanticismo. (I)