El alimento lo extrae debajo de la hojarasca y de los troncos de los mangles negros y blancos donde habita y que se inundan por la marea que se filtra. El menú incluye invertebrados, semillas y materia vegetal. En el ecosistema que prima en las líneas costeras, en estuarios e islas en regiones tropicales también construye sus nidos, prefiriendo siempre las puntas de las ramas delgadas en las copas, a 20 metros de alto, como previendo que allí, quizá, sus polluelos estarán a salvo.

Pero no lo están. Y, pese a los esfuerzos, la mortalidad del pinzón de manglar (Camarhynchus heliobates) es del 95 % durante los primeros meses de la temporada de crianza en condiciones naturales, principalmente, por la presencia de la mosca parasitaria introducida (Philornis downsi).

Esta se registró por primera vez en Galápagos en la década del 60, pero su impacto negativo sobre las aves fue descubierto en los años 90. Las adultas ponen sus huevos en nidos con aves en incubación y sus cáusticas larvas se alimentan de su sangre, afectando su crecimiento y provocando anemia, deformaciones del pico e incluso la muerte.

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La especie está en peligro crítico de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, y solo hay unos 80 individuos en la naturaleza con menos de 20 parejas reproductoras.

A esta cifra aún no pueden sumarse los quince ejemplares que por primera vez en las islas Galápagos fueron criados en cautiverio y puestos en libertad en mayo del año pasado. Tendrán que cumplir 3 o 4 años para ser del grupo de reproductores. Esos nacimientos fueron el primer logro del Proyecto de Pinzón de Manglar, liderado por la Fundación Charles Darwin y el Ministerio del Ambiente, a través de la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DNPG), en colaboración con el Zoo de San Diego (EE.UU.) y el Durrell Wildlife Conservation Trust, para aumentar la población silvestre y garantizar el futuro de esta, una de las trece especies de pinzones de Darwin presentes en el archipiélago.

Tampoco suman, todavía, los que nacieron hace dos semanas en la Estación Científica Charles Darwin, en Puerto Ayora. Por segundo año consecutivo se recolectaron 30 huevos en la playa Tortuga Negra, al noroeste de la isla Isabela, y que junto con Caleta Black constituyen las únicas zonas (unas 30 hectáreas) donde habita el pinzón de manglar.

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La recolección fue peligrosa. Ráfagas de viento complicaron acceder a los nidos, a casi 20 m de altura. Hubo otra complicación. Aunque el agua del mar ingresa a la zona del manglar por filtración –ya que una playa de arena funciona como una barrera– estaba excepcionalmente seco y como las lluvias empezaron a mediados de febrero y no entre diciembre y enero, los pinzones de manglar se reproducían más lento de lo normal y solo se identificaron doce parejas anidando, según comentó Francesca Cunnighame, líder del proyecto.

Los huevos fueron transportados 130 km en barco a las instalaciones de incubación artificial y cría en cautividad de la Charles Darwin. De estos, eclosionaron 20 y sobrevivieron 11, que son alimentados con huevos revueltos y papaya, larvas de avispa introducida, entrañas de polilla y concentrado para aves paseriformes.

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Una vez que logren alimentarse por sí solos serían devueltos a su medio natural. La proyección, de acuerdo con Víctor Carrión, director del Parque Nacional Galápagos, es al menos duplicar en unos 8 o 10 años a la población actual. Para esto, se mejorarán las facilidades con las que se cuenta en el hábitat de estas aves construyendo un centro de reproducción y crianza temporal. Sin embargo, aclara que los resultados dependerán de, por ejemplo, las condiciones climáticas, por lo que no necesariamente en ocho o diez años se podría duplicar esta población.

Para este año, según Carrión, $ 80.000 se invertirán en el proyecto. Hasta el 2014 cerca de $ 50.000 fueron usados sobre todo en logística, ya que por la distancia entre Puerto Ayora y Tortuga Negra no se llega con cualquier embarcación.

Paralelamente se trabaja en erradicar a la Philornis downsi. Las sustanciales brechas que existían en relación con el entendimiento de su biología y ecología impedían controlarla.

Por este motivo, en el 2012 se realizó un taller internacional con expertos de diferentes partes del mundo que elaboraron el Plan de manejo del parásito aviar Philornis downsi en las islas Galápagos, para investigarlo y desarrollar opciones de manejo y control que permitan reducir sus impactos, que afectan a por lo menos 16 de las 20 especies de aves cantoras, entre nativas y endémicas, que se encuentran en Galápagos.

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Víctor Carrión resalta que, a través del plan, al momento, ya se ha establecido la ecología de la mosca, se sabe de qué se alimenta, cómo se reproduce e impacta a los pichones.

Para evaluar estos avances, en febrero pasado se organizó otro taller en las islas. Carrión dice que se han hecho varios intentos con diversos métodos para eliminar la mosca Philornis downsi, pero, reconoce, no han sido “muy exitosos”. En este punto resalta que lo más importante es que se está determinando cuál es el alimento que más le atrae en forma, olor, color y sabor. “La idea es usarlo con algún tipo de insecticida que permita eliminar las moscas”, sostiene. (I)