En junio pasado, piqueros patas azules y peruanos empezaron a asentarse en playas de la Costa ecuatoriana, como ya ha ocurrido en otros años. Lo inédito era la cantidad de individuos y las condiciones de muchos de ellos. Se los veía exhaustos y bajos de peso. Unos murieron, otros aún están ahí.

Han sido avistados en Salango, en Manabí; y en Curia, Olón, La Chocolatera, La Chueca, Mar Bravo, Punta Carnero, La Diablica, Tres Cruces y Lobería, en Santa Elena, donde del 13 al 19 de junio se registraron 70 piqueros peruanos (Sula variegata, de plumaje blanco en la cabeza) y un patiazul (Sula nebouxii excisa, de plumaje gris) muertos.

Un equipo de este Diario recorrió La Chocolatera y Olón el pasado 8 de julio. En esta última playa, cuatro cadáveres estaban dispersos a lo largo del camino de arena en dirección al sur. Había uno vivo, algo lejos del mar; se lo veía desorientado y andaba a paso lento.

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El biólogo Rigoberto Villón, guardaparques del Ministerio del Ambiente (MAE), ese día indicó que el asentamiento de piqueros en La Chocolatera no tenía mucho tiempo y que están utilizando el sitio para apercharse, descansar y pernoctar. Otra especie nueva en el lugar, refirió, es el gaviotín inca (Larosterna inca).

Villón mencionó que de las aves fallecidas, personal del MAE tomó tres muestras para practicarles una necropsia y conocer la causa de los decesos. Tenían pigmentaciones (puntitos rojos) en el riñón, hígado, bazo y tráquea, pero no refirió a qué se debe dicha anomalía. Esa explicación, indicó, “compete a las autoridades de medioambiente”.

Previamente, el pasado 24 de junio, este Diario solicitó al MAE –vía e-mail– los resultados de las necropsias y datos como el número total de piqueros hallados sin vida. La información no ha sido remitida. Alegan que los análisis aún no están listos y que no se pronunciarán hasta que los tengan.

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Rodolfo Madariaga, dueño de la hostería The Sea Garden House, en Olón, afirma que allí, actualmente, él encuentra de tres a cuatro piqueros muertos todos los días. Hace un mes la cifra osciló entre diez y doce aves diarias: un promedio de 80 a la semana. Por esto, ahora sale a caminar por la playa con una pala para poder enterrarlas.

En Olón, el número de individuos fallecidos, al parecer, ha disminuido, pero el panorama sigue siendo desalentador ya que no se conocen las causas de las muertes que, según Madariaga, también se registran en playas contiguas como Montañita y Manglaralto.

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Ben Hasse, director del Museo de Ballenas de Salinas, asegura que en esta zona costera sí se siguen encontrando piqueros muertos, “pero no en números exagerados”.

Él hace conteos de estas especies dos o tres veces por semana en La Chocolatera, que forma parte del área protegida Reserva de Producción Faunística Puntilla de Santa Elena, creada en el 2008.

Comenta que en años anteriores nunca vio la cantidad de aves nativas y migratorias que se ha registrado en estos últimos meses. El pasado domingo, por ejemplo, dice haber contado 250 patas azules, 20 peruanos y más de 100 gaviotines incas, una especie que es propia de las costas de Perú y Chile.

“Solamente porque se han debilitado mucho es más fácil encontrarlos en la playa, más cerca de la costa... En este momento las condiciones del mar han propiciado que aparezcan varios cientos de estas aves” que probablemente, por falta de alimento, volaron hasta los balnearios de Ecuador, señala.

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Tanto él como Madariaga relacionan los recientes fallecimientos de estos animales marinos con la inminente llegada del fenómeno El Niño. Las anchovetas y sardinas se han escondido en el fondo del mar debido a las corrientes calientes de agua, lo que les imposibilita alimentarse.

Por este motivo, Haase opina que la situación es el resultado de una condición normal y natural. “La naturaleza muchas veces pone a prueba a las criaturas vivas, entonces, las que no tienen la habilidad de encontrar comida o una alternativa en comida se van a morir”.

Madariaga, en tanto, dice que después de haber enterrado a tantos piqueros y haber entregado a las autoridades provinciales del MAE a los que ha encontrado con vida, puede pronosticar si sobrevivirán o no.

“Los encontramos sumamente exhaustos. Nosotros les damos peces como pinchaguas y chumumos. La ley que manejamos es que si come, se salva; si no come, se va a morir”. Añade que hace falta emprender acciones que involucren al Gobierno central, las municipalidades y la comunidad. Proteger a estas aves, opina, no costaría mucho dinero, “lo que cuesta es hacer el esfuerzo”