Conmemoramos hoy el Día de la Tierra, y al hacerlo debemos reflexionar sobre la interconexión de todos los seres vivos que habitan este planeta, para revisar el cumplimiento de las metas que buscan restaurar el medioambiente que nos posibilita la vida, pues no cabe duda de que la salud humana, animal y ambiental están relacionadas.

Cursar el segundo año de una pandemia de COVID-19 que parece no amainar, y cuyos efectos devastadores evidencian enfermedad, muerte, restricciones de movilidad, enormes pérdidas económicas y angustia social, nos debe volver conscientes de cuán vulnerables somos los humanos ante enfermedades infecciosas que pueden ser transmitidas en forma directa o indirecta por animales procedentes de ecosistemas alterados.

Afortunadamente, la conciencia ecológica gana adeptos entre individuos y naciones alrededor del orbe, aunque no es menor la cantidad de negacionistas y de indiferentes ante los efectos del cambio climático, la sobrepoblación, la contaminación, la depredación de recursos y el creciente comercio ilegal de vida silvestre, entre otras acciones del hombre que atentan contra el equilibrio de la naturaleza y perturban la biodiversidad.

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Pensar en la Tierra como un solo organismo vivo dimensiona la necesidad de no dañarla, porque de su salud depende la nuestra, de manera individual y colectiva.

La decisión de poner en práctica mejores hábitos diarios para contrarrestar el daño que la humanidad inflige a la Tierra parte desde la individualidad; sumando acciones individuales resulta el comportamiento social. Y con una educación orientada a la protección ambiental, serán cada vez más las personas conscientes y preocupadas por cuidar su hábitat.

Niños, adolescentes, docentes y directivos pensando y actuando en favor de la salud de nuestros ecosistemas influirán directamente en las acciones que los futuros profesionales, líderes y gobernantes tomarán a mediano plazo para beneficio del planeta y de todos sus habitantes. (O)