La aprehensión de Mons. Rolando Álvarez y otras ocho personas, entre sacerdotes, seminaristas y un laico la madrugada del 19 de agosto de 2022, en la diócesis de Matagalpa, Nicaragua, no es un capítulo más de la agresión del gobierno de Daniel Ortega a la institución de la Iglesia católica. Es una muestra de que el régimen está dispuesto a actuar sin importar de dónde salga la crítica. No es contra opositores políticos, es contra organizaciones, incluso, de nivel religioso, y aunque hace meses toca a los suyos, el papa Francisco guarda un silencio inexplicable.

Cuando hablamos de los suyos no nos referimos exclusivamente a los miembros de la Iglesia, sino de su comunidad y de la comunidad no católica también.

En marzo del 2013 el pontífice explicó que había elegido llamarse papa Francisco por san Francisco de Asís, el santo que es símbolo de la paz, la austeridad y el servicio a los pobres. Ahora Nicaragua clama por esa paz y por quienes desde su función servían a los pobres de su comunidad. Hoy su destino es incierto, pero el prelado calla.

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“La confrontación del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo con la Iglesia católica está llegando a uno de sus puntos más álgidos y los quiere forzar a tomar uno de tres caminos: el silencio ante la situación del país, la cárcel o el destierro”, según un análisis del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica (Cetcam) divulgado el martes.

El texto titulado Sin Dios ni ley reseña la expulsión del representante del Vaticano en Nicaragua, monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag, en marzo pasado; del obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, y el padre Edwin Román, en 2019 y 2021. Las misioneras de la Madre Teresa de Calcuta también fueron echadas y los feligreses, acosados.

La voz del papa es demandada, la de otras iglesias también. Misiones evangélicas también han sentido abuso. Aquí no se trata de soberanía, los derechos humanos son universales, los debemos defender todos. ¿Por qué calla el papa ante un Nicaragua que es noticia mundial? (O)