La ciencia realiza esfuerzos para extender los años de vida de las personas, pero las sociedades no terminan de percatarse de que un conjunto de hábitos indebidos deterioran la salud y la calidad de esa vida.

Ayer se conmemoró el Día Mundial de la Hipertensión. Su finalidad es concienciar sobre ese mal silencioso que no tiene cura y que los adultos jóvenes pueden desarrollar por la comida que ingieren y el consumo de cigarrillos y alcohol.

Estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indican que el 30 % de la población mayor de 19 años puede ser hipertensa y no saberlo.

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Se recomienda realizarse chequeos médicos preventivos para medir la presión arterial, tomando en cuenta que esta condición constituye el principal factor de riesgo para padecer enfermedades cardiovasculares, así como accidentes cerebrovasculares, insuficiencia renal, entre otras afecciones que deterioran la calidad de vida y ocasionan importantes gastos.

Aún es temprano para constatar si haber atravesado una pandemia como la del COVID-19 puede concienciar a la población para que preste más atención a su salud y mejore sus hábitos de consumo que afectan su calidad de vida, esos que se obtienen en la juventud, la adolescencia e incluso desde la infancia.

Para alcanzar el objetivo mundial de reducir la prevalencia de la hipertensión en una cuarta parte para el año 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emprendió un programa con el fin de abatir el tabaquismo, aumentar la actividad física, reducir el consumo de sal en la dieta y eliminar la ingesta de grasas trans.

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La OMS viene advirtiendo de la falta de actividad física y el sedentarismo como el principal riesgo para la salud y hace hincapié en tomar correctivos desde el hogar.

Cabe entonces replantearse, como parte de un debate ciudadano que puede darse en varios ámbitos, cuánto del tiempo y recursos que se invierten en entretenimiento se podrían direccionar hacia actividades físicas, que se combinen con una alimentación equilibrada. (O)