Muchos países tratan de proteger a sus ciudadanos de la reinfección por COVID-19 ajustando sus programas de vacunación o cerrando de manera selectiva las conexiones aéreas. Reino Unido ya decidió que aplicará una cuarta dosis de refuerzo de la vacuna anti-COVID-19. Israel estudia también esa posibilidad. Otros, como Ecuador, empiezan a aplicar la tercera dosis. Y en Costa Rica esa vacuna ya es obligatoria para los niños.

Sin embargo, los científicos coinciden, cada vez más, en que seguirán apareciendo nuevas variantes del SARS-CoV-2 y que es probable que la humanidad tenga que acostumbrarse a convivir con el virus. Otra parte de la realidad es que no todos los países acceden a las vacunas.

La cocreadora de la vacuna Oxford-AstraZeneca Sarah Gilbert ha advertido que las próximas pandemias podrían superar a la actual en niveles de contagio y letalidad. Este señalamiento debe ser considerado por la ciudadanía, las organizaciones civiles, las autoridades locales, nacionales y los organismos internacionales, porque es una amenaza latente que le atañe a la humanidad en general, al igual que el cambio climático.

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De cuánto sirve que algunos países sean más eficientes que otros en conseguir las vacunas y administrarlas a su población si en los países con menor tasa de inmunización surgirán nuevas variantes del virus que se propagarán a través de puertos y aeropuertos, trastocando la logística de los viajes, del comercio internacional y de la economía global. Una muestra de ello es la crisis mundial de contenedores que ha generado retrasos e incremento de los costos de los fletes.

El mundo debe empezar a comprender que la vacunación debería ser un proceso mundial que avance a un mismo ritmo, y que ello no se trata de solidaridad sino de una estrategia que tiene como objetivo no dejar puntos ciegos en los que el virus encuentre ventajas para modificarse y mantenerse vigente, volviéndose diferente, a tal punto de que sea necesario cada tanto rediseñar las vacunas. (O)