El poder suele utilizarse en ocasiones para encubrir actos deleznables. Sin embargo, todo poder necesita ser sostenido; y cuando se le retiran los apoyos, este se esfuma. Una muestra de ello es lo ocurrido a Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, quien ha pasado de ser una de las figuras más destacadas del Partido Demócrata a perder el apoyo de líderes estatales y nacionales, incluyendo al presidente Biden, quienes le piden renunciar.

Esto ocurrió el martes, a raíz de que la fiscal general del estado de Nueva York presentó el informe sobre las acusaciones de acoso sexual a varias mujeres, la mayoría empleadas estatales, por las que se investigó a Cuomo durante meses, concluyendo que incurrió en conductas que constituyen acoso sexual bajo las leyes federales y del estado de Nueva York.

Ha sido gracias a la valentía de las denunciantes y a la decisión de indagar de la Fiscalía, con la supervisión de investigadores independientes, que se ha podido establecer con abundante evidencia –correos electrónicos, mensajes de texto, archivos de audio, fotos y testimonios– cómo se creó un ambiente laboral abusivo en un entorno de temor a las represalias del poder, y que no fueron incidentes aislados sino un patrón de comportamiento.

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También ha sido posible gracias a la ola de concienciación –que cada vez gana más fuerza en el planeta– sobre el acoso, el abuso y las agresiones que se ejercen sobre las personas que se encuentran en relación de desventaja.

Las mujeres que han vivido este tipo de experiencia, y los hombres que han sido testigos pero que no se han atrevido a rechazar tales prácticas por considerarlo parte de la cultura laboral, pueden ahora dimensionar de mejor manera la importancia de denunciar tales actos y actuar para ayudar a combatir la indiferencia que se ha venido mostrando frente a comportamientos dañinos que son tolerados cuando son ejercidos desde el poder.

Y es precisamente desde el poder que debe surgir la decisión para dejar de solapar prácticas nefastas. (O)