Los problemas del mundo contemporáneo involucran también a los jóvenes y adolescentes. Y quién sino ellos para rebelarse contra las circunstancias que ensombrecen su presente y proponer cambios en favor de su futuro próximo. Sin embargo, esa energía, vigor y frescura, privativas de la edad que precede a la adultez, pueden verse desaprovechadas.

No han sido pocos los líderes nefastos que han tratado de condicionar y encauzar con fines protervos el ímpetu de los jóvenes, ni los abusadores cotidianos que se aprovechan de su inexperiencia. Pero es también en esa edad de anhelos e ilusiones cuando se forjan el espíritu y el carácter. Y una juventud que persiga fines loables puede conformar una generación despierta, sensible y proactiva.

Ver a los estudiantes quiteños que salen a las calles para exigir justicia por el abuso sexual sufrido por una de sus compañeras visibiliza el potencial de ese segmento de la población que puede remecer la anomia social que se ha ido imponiendo.

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Sin embargo, son miles los jóvenes que afrontan descuidos, abusos y circunstancias que pueden entorpecer sus vidas, como embarazos tempranos que los lleven a abandonar los estudios para trabajar y mantener a un hijo, mientras otros tantos no consiguen un cupo para cursar estudios de tercer nivel. Y qué decir de los menores de edad descuidados, expuestos al consumo de drogas y a involucrarse en el microtráfico, el sicariato y en las organizaciones delictivas.

La sociedad necesita reflexionar sobre la atención que les confiere a sus adolescentes y jóvenes. Este es un tema que se debe discutir en los diversos ámbitos en los que interactúan los adultos.

Se requiere propiciar en las generaciones de relevo la avidez por el conocimiento y la comprensión de los temas que les atañen, con el objetivo de que identifiquen los males sociales que amenazan sus posibilidades de desarrollo, de que realicen aportes para su futuro mediato y se tracen metas en pro de forjar un estilo de vida mejor que el de sus ascendientes. (O)