Parece que el fútbol saca muchas cosas que el corazón oculta.

Galíndez cantó el himno ecuatoriano a todo pulmón, como si de él dependiera que lo oyera todo el estadio. Primer himno que se cantaba en este Mundial. La emoción de los jugadores era inmensa. El fútbol tiene eso, es un gran revelador de emociones y verdades que se arrinconan, a veces se niegan y muchas veces estallan. Los académicos lo estudian, la mayor parte de la gente lo vive. Unos lo observan de lejos, otros se sumergen en un baño de multitudes.

Creo estar a horcajadas entre ambas actitudes. Aprecio sobre manera el fútbol que se juega en los barrios, lo disfruto y río a carcajadas, pero el fútbol profesional me tensa, por todo lo simbólico que supone, es casi una guerra ritualizada. Tengo que domesticarlo, como la rosa al Principito. Me he hecho la promesa de ver un partido entero en este Mundial… Hasta ahora nunca lo he logrado.

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La unción de Galíndez me reveló que tengo amores gemelos. Uruguay, el país en que nacimos con Gladys, mi hermana gemela, el país de mis padres, de mi educación formal, del barrio y el olor a azahares y el grito de doña María llamando a su hijo. Y Ecuador, donde he echado raíces, he aprendido a amar y a sufrir, a gastar mi vida en las causas nobles de este pueblo que me ha moldeado para ser quien soy. No hay competencia entre esos dos amores, no se excluyen, se alimentan uno al otro, se sostienen y se nutren. Ambos son el corazón de mi corazón.

Quizás el fútbol permita a este país retomar la confianza en sí mismo y ponerse de pie.

Alfaro, argentino, arengó a los jugadores: “Porque nadie creía en Ecuador y hoy Ecuador está de pie, Ecuador dice presente al mundo y como bien decían ellos, es el inicio de algo muy importante, el desafío es de 17 millones de personas. Nosotros, lo que vamos a llevar adelante es la voluntad y los sueños de un país, vamos a luchar por hacerlos felices, y si no podemos conseguir lo que el país quiere, vamos a dejar la vida para que sientan la dignidad de un grupo que se siente identificado con una bandera, con un escudo y con un himno nacional”.

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Mandela dijo en una ocasión: “Nuestro miedo más profundo es saber que somos poderosos más allá de toda medida. Todos podemos brillar, tal y como lo hacen los niños, y cuando permitimos que nuestra luz brille, inconscientemente damos la oportunidad a otras personas para hacer lo mismo. Conforme nos vamos liberando de nuestros miedos, nuestra presencia libera a otros automáticamente”.

Vivimos un proceso de miedo colectivo que paraliza o nos torna sumamente agresivos.

Creemos que no podemos superar los múltiples problemas que nos agobian como habitantes de un país. El fútbol está levantando la bandera de que es posible. Hay un trecho largo por delante que no se hará sin sacrificio, sin sufrimiento. Como el águila que llegado alrededor de los 40 años ve su pico, sus garras, su plumaje deteriorarse, puede dejarse morir. Pero si rompe su pico contra las rocas de la montaña, deja que crezca otro y con él se saca las garras y espera que le nazcan nuevas, para arrancarse las pesadas plumas viejas y poder surcar nuevamente los cielos, entonces renace en todo su esplendor. Nosotros tenemos un cóndor, no un águila en el escudo, pero ambas son aves gigantescas.

Quizás el fútbol permita a este país retomar la confianza en sí mismo y ponerse de pie. (O)