La violencia se ha convertido en una forma de vida, es decir, naturaliza la agresión física, psicológica, emocional y económica como una práctica de relacionamiento social. No hay espacio en donde estemos exentos de aquello. En las calles nunca falta un agresivo que nos bote el carro, amedrente a los conductores con gritos y se ufane de poner en riesgo la vida de los demás con acelerones. El reclamo que pudiera hacer el agredido deviene en fatal, pues detrás de un conductor violento puede haber instintos asesinos y el uso de cualquier tipo de arma, desde una casera a una supermoderna. Nadie sabe, a ciencia cierta, qué puede ocasionar un mal momento en las vías y en nuestras vidas.

Lo mismo sucede al comprar un producto o contratar un servicio. La violencia se manifiesta en la atención, pero también en el trato del comprador hacia quien le atiende. Hay una práctica de doble vía, en la que se disputan espacios de poder de todo tipo y sin ningún sentido. La sinrazón de la fuerza se impone y se procesan los conflictos con violencia. ¿Quiénes ganan? Definitivamente, nadie. Ahora se observa con mayor claridad que los ánimos de la población están muy caldeados, no solo porque hay una sociedad en descomposición acelerada, sino también por un sentido generalizado de negación respecto de las condiciones de vida. Hay un síntoma de frustración: desempleo, inseguridad, incertidumbre.

Hay una práctica de doble vía, en la que se disputan espacios de poder de todo tipo y sin ningún sentido. La sinrazón de la fuerza se impone y se procesan los conflictos con violencia.

El ascenso económico y meteórico que ofrecen los negocios ilegales, apadrinados por el crimen organizado, también influye en el clima de violencia, pues está evidenciado que los jóvenes sin empleo ni educación, “los nini”, son reclutados para cometer delitos, entre ellos, el sicariato. La vida de una persona puede costar unos pocos dólares y esto le permite al joven pistolero ubicarse en un mejor ranking en su organización. Las novelas de televisión y las series prepago de los capos de la mafia se quedan cortas frente a la realidad. Hay barrios del Ecuador tomados por delincuencia común y organizada, es decir, hay un Estado paralelo que comienza a controlar la vida, empezando por las calles. El territorio está repartido entre las mafias, donde la Policía no ingresa.

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La corrupción también es una forma de violencia, ya que millones de dólares que pueden resolver las necesidades de las personas en condición de pobreza y extrema pobreza están en los bolsillos de malos funcionarios, quienes convirtieron el Estado en su negocio. Hasta ahora no se ha recuperado casi nada de los casos de corrupción, por lo que nos queda solo la anécdota y la espectacularización del relato comunicacional. Entonces, mientras haya impunidad, la gente honrada no podrá sentirse segura ni tampoco identificada con el país. No hay tranquilidad sin justicia, ni tampoco democracia con impunidad.

El caso de María Belén Bernal no solo es repudiable, sino que también nos desnuda como sociedad. Este feminicidio puede ser un detonante para aglutinar frustraciones de diverso tipo, ya que el estado de ánimo de los ecuatorianos está por los suelos. Una tragedia tras otra es una señal de que algo está muy mal. (O)