Si atraviesas un túnel abierto en el peñón a orillas del río te has equivocado. Tendrías que haber bajado del tranvía en la estación anterior. Gajes del oficio del turista despistado o incapaz de reconocer la equivalencia entre escritura y pronunciación del complicado idioma checo. Quería conocer el origen de esa urbe mágica y trágica, hogar de una bruja aterradora que sobrevuela en escoba las cabezas de quienes atraviesan el Puente de Carlos dispuestos a internarse en el “lado pequeño” de la ciudad y ascender por esas callejuelas que trepan como venas de una mano extendida hacia el cielo. ¿Cómo nació esta ciudad que a lo largo de los siglos se ha ido poblando de las sombras del Golem y los alquimistas, nazis y comunistas, cuyas calles han visto destrucción y creación a partes iguales?

Dicen que en Vyšehrad se asentaron en el siglo X los reyes de Bohemia: Přemysl y su reina Libuše, la fundadora de Praga según la leyenda. A orillas del Vltava (como llaman los checos en su lengua al río que otros conocen como Moldava), sobre una colina al sur del casco antiguo de Praga, se puede todavía visitar los restos de esta fortaleza. Senderos empedrados rodean un parque con esculturas gigantes que representan los mitos fundacionales, murallas serpentean al borde del abismo donde paseantes y turistas se detienen ante el paisaje del río y la ciudad vieja solo lo justo para enjaular lo sublime y reducirlo a las pantallas de sus teléfonos. Semienterradas entre las piedras, las castañas son despojos del pasado y augurios del futuro: restos de una primavera que fue y volverá donde los castaños hoy desnudos y tristes se vestirán de verde recién nacido. Vendrá entonces el sol del verano que hará sudar a las masas de turistas y se beberá el color de las hojas, seguido del otoño cuyo viento arrancará las castañas que terminarán en los bolsillos de los niños u olvidadas y pisoteadas en la tierra entre estas piedras milenarias. El paso del tiempo se lee no solamente en las placas de bronce de la historia oficial.

Los orígenes de Praga y la historia de Bohemia se pueden descubrir en Vyšehrad.

(...) me dejo llevar por ese instinto que me aleja del poder, las aglomeraciones, las filas para ver lo evidente.

Una checa con cara de aburrimiento escucha Aerosmith mientras vende souvenirs rusos hechos en China. En el restaurante de la fortaleza suenan a todo volumen salsa, merengue, bachata y reguetón. A pocos pasos, en un pequeño cementerio junto a la basílica, los turistas asiáticos visitan las tumbas de Dvořák y Smetana. Los lectores honran a Jan Neruda, cuya poesía inspiró al chileno que adoptó su apellido. Abundan las suntuosas moradas últimas de aquellos cuyos nombres quedaron inscritos en el libro de la historia. Pero me dejo llevar por ese instinto que me aleja del poder, las aglomeraciones, las filas para ver lo evidente. Exploro el silencio de las tumbas a las que nadie visita. En el patio trasero de la historia encuentro a una madre (Zdenuška Knoblochová, 1911-1948) y su bebé (Zdeněček Knobloch, 1946-1946), me pregunto cómo sería vivir, en 37 años de vida, dos guerras atroces y la pérdida de un hijo. En la tumba adyacente, un arbusto enmarañado y espinoso cual alambre de púas se ha tragado el nombre del difunto. Pero en el portón del cementerio se lee, en grandes letras doradas: Pax Vobis (la paz esté con vosotros). (O)