Son jóvenes, cerca de 40, de diferentes lugares del país, varones y mujeres. Quieren ser políticos. ¿Por qué quieren serlo?, pregunto. Si eligieran otras profesiones, tal vez podrían ganar más de lo que un político que llega a la Asamblea o a un cargo público puede ganar, siempre que sea honesto, no robe dinero público, no se sirva del cargo para aupar familiares y amigos y pedir coimas. Además, pocos llegan a esos cargos. Mirado en su conjunto, supone mucho estrés, estar sometido al escrutinio público, a veces problemas familiares por largas ausencias o estar lejos cuando los hijos los necesitan.

¿Cuál es el embrujo que ser político ejerce en ustedes, que se preparan con pasión y aspiran a lograrlo? ¿Es el prestigio, el poder, el dinero?

Cuando el conjunto de la población menosprecia a los políticos (y en secreto quisieran tener sus prebendas), ustedes se afanan en aprender a serlo. ¿Qué tal si ser político fuera en las condiciones de los países escandinavos, que viven en pequeños departamentos, cuando sus esposas o esposos vienen a acompañarlos deben pagar su estadía, viajan en transporte público y no poseen una parafernalia de asesores, pues hay asesores compartidos por todos los funcionarios públicos? ¿Se ven ustedes como Merkel, yendo a comprar al supermercado, con la bolsa de compras en la mano, sin nadie que les abra la puerta?

Todos los animales sociales tienen códigos éticos que ayudan a la supervivencia y promueven la cooperación del grupo. ¿Por qué los humanos —es más evidente en los espacios públicos— no acatan esos códigos?

¿Cómo ser político, cuando las mafias parecen tener más poder que el Estado, cuando la democracia se ejerce a través sobre todo de quienes responden a intereses personales, y los partidos no logran superar sus intereses eleccionarios para buscar un mínimo de consensos que hagan viable el camino para salir de las múltiples crisis en las que estamos?

Mi gran sorpresa fue que aceptaron las preguntas sin defenderse, asimilaron esos y más interrogantes, se cuestionaron a sí mismos e intentaron responder honradamente.

Públicamente, comenzaron un viaje inesperado al interior de sí mismos, para lograr emerger luego de golpearse contra el suelo por una realidad que avizoran pero no conocen del todo. Remontar el abismo y emerger con fuerza y alas propias fue su desafío.

Tienen objetivos por los que luchar. La crisis climática, parar el narcotráfico, la explotación de los recursos naturales sin capacidad de renovación, y hacer de la ética la brújula que guíe su caminar y accionar en el mar embravecido del servicio público.

Están trazando su propio camino, saben que el camino es también meta, que el fin y los medios son lo mismo, y que les hará falta coraje para no poner precio a su dignidad, ni a la dignidad de los demás.

Ese viaje hacia dentro, cuya importancia reconocen y cuya dificultad asumen —tan volcados están hacia fuera, hacia la eficacia, la rapidez, el ruido y el caos ordenado—, es un viaje inesperado, urgente y secreto. Compartirán su recorrido cuando se hayan enfrentado a sus miedos y descubran la luz que se alimenta de sus sueños, entonces serán políticos con el ancla puesta en la dignidad humana que quieren respetar en ellos y defender en los demás. (O)