Miguel de Cervantes Saavedra conocía la privación de la libertad. Lo he recordado el día en que, según las especulaciones, se celebra su natalicio y en que, según las noticias, mi país se volvió, una vez más, un Estado fallido. En realidad, sólo se sabe que fue bautizado el 9 de octubre de 1547 y que pudo haber nacido el día 29 de septiembre, porque se celebra el santoral del Arcángel Miguel, el lugarteniente del Todopoderoso, que pudo haber inspirado su nombre. Con 24 años participó en la batalla de Lepanto, a la que calificó como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, en donde perdió su mano izquierda. En su regreso desde Nápoles a España fue capturado, a bordo de una galera, por una flota turca que lo llevó a Argel. Es muy probable que todo el universo cervantino, aquel que creó sin aventurar que esa era, realmente, la más alta ocasión que verían los siglos venideros, haya sido su refugio: un cúmulo de ideas y esperanzas que imaginó entre las paredes de su calabozo. Intentó escapar en cuatro ocasiones. Sufrió la tortura, el encadenamiento. Su cautiverio duró 5 años. Entre los capítulos 39 y 41 de su Quijote, relata la “Historia del cautivo”, basada en su propia experiencia. También lo hace en otros escritos.

Años más tarde, cuando bordeaba la edad de 50, fue prisionero en la Cárcel Real de Sevilla, entre septiembre y diciembre de 1597. Se le acusó de apropiarse de dineros públicos, en su calidad de recaudador de impuestos, tras la quiebra del bando en donde depositaba la recaudación. Hay indicios de otras ocasiones en que perdió la libertad. Lo cierto es que en 1605 publica El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en cuyo prólogo sugiere haber imaginado su obra durante sus días como recluso. En 1615 publicó la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. No sé si supo que con Don Quijote fundó la novela moderna, así como creó el personaje de ficción probablemente más aclamado de Occidente, y el libro más leído, según más supersticiones, después de la Biblia.

Lo empecé en Barcelona, en 2014, y transformó mi vida como lo ha hecho con la de cualquier otra persona. He vuelto, estos días, al Capítulo XXII de la Primera parte, titulado De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir. Se trata del encuentro de don Quijote, y su escudero Sancho Panza, con un grupo de prisioneros que iban ensartados con una gran cadena de hierro en el cuello, conducidos por sus vigilantes. Al preguntarles los motivos de su privación de la libertad, entendió que el primero iba por robo, el segundo por cuatrero, el tercero por incapacidad de soborno (lo cual saca a la luz la corrupción judicial de la época), el cuarto por alcahuete y hechicero, el quinto por incesto y estupro, y el sexto, que es Ginés de Pasamonte, no especifica su delito sino solo su condena: seis años de reclusión y muerte civil. Tras analizar estas penas, don Quijote concluyó: “He sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, […] Todo lo cual me representa a mí ahora en la memoria, […] que muestre con vosotros el efecto para qué el cielo me arrojó al mundo y me hizo profesar en él la orden de la caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos”. Luego de lo cual, el Caballero de la Triste figura, libera a los prisioneros.

La acción de don Quijote es equiparable, en el sentido jurídico, a la concesión de un Hábeas corpus: no sólo infiere que la voluntad de los reos ha sido anulada, sino que considera sus padecimientos bajo la lupa de lo que siglos después serían la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes. Al menos en el papel de nuestra Constitución, se trata de afectaciones al derecho a la integridad personal que justifican la libertad de un prisionero, o al menos medidas para protegerlo. Don Quijote libera a los condenados del Capítulo XXII porque considera que “a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquellas angustias por sus culpas o por sus gracias: solo les toca ayudarles como a menesterosos, poniendo lo ojos en sus penas y no en sus bellaquerías”. Además de fundar la novela moderna, Cervantes, en muchas de sus páginas, le canta al humanismo. Él, que fue cautivo en Argel, y que padeció la cárcel en Sevilla, sabía que la “libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre”.

Si don Quijote no fuera el sueño de Cervantes, seguro que tomaría su espada y se lanzaría a las cárceles del país, vociferando contra los impávidos responsables de las oprobiosas masacres que han sucedido este año en el Ecuador, y que han escrito con sangre algunos de los capítulos más tenebrosos y dolorosos de nuestra historia reciente. No le alcanzaría en el alma a don Quijote la indignación al ver, en las afueras de la Penitenciaría del Litoral, a las familias de los presos rogando noticias para saber si los suyos están vivos, o escuchando los nombres de los cuerpos identificados, gritados a viva voz, como si fuesen mercancías u ofertas. Al mismo Cervantes, que creó a don Quijote con esperanza en el ser humano y su bondad, le recorrería la furia al comprobar la indolencia de un Estado que con su incapacidad permitió la ejecución de un número tan alto de seres humanos. Qué falta nos hace a los ecuatorianos un espíritu como el de Cervantes, envueltos en una historia macabra, signada por la tragedia, la desidia y la crueldad. Siglos después, un discípulo de Cervantes, el maestro Fiódor Dostoyevski, escribió: “El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos”. (O)