Mi patria es la literatura y hoy celebramos el octogésimo cumpleaños de su prócer Bob Dylan. Mantenía una leve rivalidad con otro gran poeta-músico, Leonard Cohen, quien al conocer que recibiría el premio Nobel comentó: “Es como ponerle una medalla al Everest”. Por su parte, el ríspido y cínico Dylan comentó sobre su colega canadiense: “Su don o su genio está en conexión con la música de las esferas”. Allá entre poetas. Por eso todavía asombra la incomprensión con que fue recibida la noticia, porque importantes escritores se olvidaron de la milenaria conexión entre música y poesía. Mario Vargas Llosa estuvo penosamente entre los detractores y lo condenó al infierno de la “cultura del espectáculo”. Se olvidaron de que la poesía occidental arranca del oficio de bardos y juglares que, laúd en mano, la crearon. Pero ahora ven una guitarra eléctrica y se espantan.

Buena parte de la poesía de Dylan contiene meditaciones sapienciales que deben ser entendidas en la avenida existencialista que inundó el mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial, y que se haría flores en los años sesenta con los movimientos beat y hippie que sacudieron a las sociedades más cultas y ricas del planeta. El poeta judío de Minnesota no era una piedra que rodaba aislada, sino que formaba parte de una avalancha. No olvidar su amistad con Alen Ginsberg, el referente supremo de la vertiente beat en Norteamérica, con quien peregrinarían a la tumba de Jack Kerouac, profeta mayor de la tendencia. Con estos antecedentes podemos topar con composiciones reflexivas como Desde la atalaya (All along the watch tower). Dos misteriosos jinetes se aproximan conversando a un castillo, son un bufón y un ladrón. El bufón dice que está muy apenado porque da su vino a los negociantes y su tierra a los labradores, pero que ninguno de ellos aprecia su valor. Cualquier artista que viva de su obra sabrá de qué habla. “No te irrites”, dice gentilmente el ladrón, “muchos creen que la vida es un chiste. Tú y yo hemos pensado sobre eso y ese no es nuestro destino”. Todo artista tiene adentro un ladrón que entra a saco en vidas ajenas y se nutre de imágenes robadas. Y todo artista tiene que ser juglar, ser espectáculo, incluso los hubo como Salinger, que hicieron de su reclusión un espectáculo.

Descifrar a Dylan es peligroso. La otra tarde me descubrí tomando una idea suya: dije que “una recia lluvia va a caer” en el estrecho de Taiwán. Me refería al peligro de una guerra nuclear originada en ese mar, algo ciertamente posible, plagiando el título de la canción A hard rain’s a gonna fall. En su tiempo y para otros peligros se hicieron interpretaciones similares, que el autor desautorizó por completo: “Lo único que quise decir es que va a caer una recia lluvia”. Entonces bajemos a las tragedias personales en las que es experto. Me convertí en solitario cuando te fuiste (You’re Gonna Make Me Lonesome When You Go): “Situaciones que terminan tristemente... / la mía han sido como la de Verlaine y Rimbaud, / pero, claro, no hay comparación”. Ah, perdón, poetas franceses. ¿Un poco más cotidiano? Ya: “Salúdala si la ves” (If You See Her Say Hello). (O)