Hace años que los ecuatorianos no hemos tumbado a un presidente de la República. Creo que la última vez fue lo de Lucio, porque el 30-S jamás tuvo ese propósito. Extrañamos aquellas marchas gritando “Fuera, fulano, fuera”, sintiéndonos patrióticos y revolucionarios, enfrentando a los policías al ritmo de “El pueblo uniformado también es explotado”, coreando cánticos, correteando las bombas lacrimógenas, creyendo que íbamos a cambiar el país y que inaugurábamos el nuevo Ecuador, y volviendo a casa exhaustos y satisfechos para contar “las bullas” a la familia. Eran los tiempos felices de la esperanza, fundada en la ignorancia, sostenida por la ilusión y sin asidero en la realidad estructural de este país, cuando no se nos ocurría preguntarnos si no éramos los tontos útiles al servicio de los vivos de siempre.

No puede lograr nada de lo que se proponga sin... todos los ecuatorianos, pero se comporta como si no nos necesitara

Pero los tiempos han cambiado, ya no está de moda tumbar a un presidente a la vieja usanza, porque ahora hay otros dispositivos mediante una vía supuestamente constitucional. En estos días hemos conocido que un colectivo ha iniciado un proceso para solicitar la revocatoria del mandato del presidente Lasso, porque durante el primer año de su mandato no ha cumplido con sus promesas. No conozco a los propulsores de esa iniciativa, ni tengo razones para dudar de su buena fe. Pero si el incumplimiento de las promesas electorales constituye argumento para una revocatoria en el primer aniversario, tendríamos que destituir sistemáticamente a casi todos los presidentes, alcaldes, prefectos y asambleístas que elegimos apenas cumplan su primer año de funciones. Entonces, ¿no resulta irreal y extrema esa revocatoria? ¿O hay algo no confesado detrás de esa propuesta?

¿Merece Guillermo Lasso que revoquemos su mandato ahora? Es una pregunta ociosa derivada de esta propuesta descabellada, que más bien invita a cada uno a evaluar la gestión de este gobierno y la opinión de cada quien es igualmente respetable. La campaña de vacunación es el logro más evidente con sus consecuencias favorables en toda la vida nacional incluyendo la economía. Acerca de la convalecencia de los indicadores macroeconómicos ecuatorianos: la mayoría de los expertos la reconocen, algunos la rebaten, pero habría que preguntarle a cada ciudadano si hoy es menos pobre que hace un año. Sobre el tema de la educación: inequidades y estancamientos, sobre todo en el campo. Acerca de la salud: los servicios médicos del IESS y los públicos en cuidados intensivos y cerca de la desconexión. Persiste el desempleo. Sobre la inseguridad, de eso escribiré algo para el próximo domingo.

Personalmente, le reconozco al presidente Lasso un espíritu más democrático y menos narcisista que algunos antecesores. Pero creo que ha reprobado el primer nivel de la materia de “Comunicación”, mantiene a sus colaboradores “tapiñados”, y a ratos parece especularmente fascinado por su propio estilo y discurso. Necesita relacionarse mejor con los ciudadanos y escucharlos más, y para ello no se requiere la reinvención de las sabatinas. No puede lograr nada de lo que se proponga sin la ayuda de todos los ecuatorianos, pero se comporta como si no nos necesitara. (O)